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La tortuga de Zenón

Ortega

Rematando la faena. Materiales para la cuarta pregunta.

La influencia de Ortega en su tiempo: Ortega editor, escritor y político. (Resumen del artículo del Profesor Baliñas, que se transcribe a continuación)
a) Editor de “Revista de Occidente”.- Ortega editor: movilizador de la vida cultural. Introductor del pensamiento alemán contemporáneo. Tribuna del pensamiento y literatura hispana de la época.
b) Escritor innovador del lenguaje y las ideas.- Ortega escritor: estilo y vocabulario. Uso de la metáfora. Neovocablos y utilización de su imaginación “plástica” al servicio de las ideas.
c) Influencia política en la sociedad española.-A través de sus artículos en prensa, su actividad política (fue diputado y fundador de la “Asociación para la protección de la República) y conferencias.
Como movilizador de la vida cultural española, hace crítica literaria y de arte, promueve las traducciones y, sobre todo, funda el año 1923 la Revista de Occidente, de gran importancia como editorial y como publicación periódica. En ella da a conocer el pensamiento alemán contemporáneo y ofrece tribuna a lo más novedoso del pensamiento y la literatura hispana de la época.
Como escritor, se muestra modelo insuperable de la exposición de ideas dentro de los géneros del ensayo y el artículo corto («El Espectador», 1923-24). Dotado de una imaginación muy plástica, en lugar de dirigirla hacia la ficción, la puso íntegra al servicio de las ideas, vistiéndolas de espléndidas metáforas. De la metáfora dirá que constituye «una forma de pensamiento científico» (II, 387 ) y que «representa, en lógica, la caña de pescar o el fusil» (II, 391). Claridad, agudeza, garbo, creación de neovocablos y, a la vez, repristinación de castizos decires, son, con el uso constante de la metáfora, los rasgos más sobresalientes de su prosa. El corte de la frase es conciso y eufónico, y la selección de los detalles le revela un maestro en la combinación de lo grave con lo festivo. Usa de las palabras más por lo que sugieren que por lo que definen, lo cual le hace bordear a veces peligrosamente la retórica.
Predispuesto por tradición familiar a interesarse por lo público (su padre, José Ortega Munilla (v.), académico, fue durante muchos años director de El Imparcial, uno de los diarios más influyentes de la época), heredero del ideal europeizador de la llamada generación del 98 –aunque ligeramente más joven que sus más conspicuos representantes y de la «Institución Libre de Enseñanza», que se remontaba al krausismo, Ortega desempeña también un papel de primer orden como orientador de la sociedad española y, más adelante, incluso de la sociedad occidental. Durante la Primera Guerra Mundial pone en pie la «Liga de educación política» (discurso «Vieja y nueva política», 1914), de escasa eficacia inmediata. El año 1921 da su visión del «problema de España» en un libro cuyo título es también su más conciso resumen: España invertebrada. Partiendo de que «la acción recíproca entre masa y minoría selecta... es el hecho básico de toda sociedad y el agente de su evolución» (III, 103), diagnostica el morbo hispano como «carencia de minorías egregias e imperio imperturbado de las masas» (III, 128). Y propone como remedio a esta decadencia secular «el reconocimiento de que la misión de las masas no es otra que seguir a los mejores» (III, 126), exhortando a éstos a un «apetito de todas las virtudes».
En La rebelión de las masas, aplicando los mismos principios, pronostica a todo el mundo occidental una crisis social incipiente que por entonces (1926) apenas nadie advertía. Caracteriza certeramente al hombre-masa por la «libre expansión de sus deseos vitales», su «radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia», la decisión de «no apelar de sí mismo a ninguna instancia superior», el juzgarse perfecto, el empleo de la acción directa, el desinterés por la ciencia pura, &c. Los hechos ocurridos en torno a la Segunda Guerra Mundial (en parte todavía perdurantes) vinieron a confirmar la previsión de Ortega, haciendo de su libro uno de los más leídos y traducidos al terminar la contienda.
En la crisis política que precedió al advenimiento de la República (1931) se manifestó –como otros muchos intelectuales– partidario de la abolición del régimen imperante («Delenda est monarchia!»). Creador de la «Asociación para la protección de [621] la República», diputado, pronto le defraudó el rumbo demagógico que tomaba el nuevo régimen y se desligó de la política («¡No es eso, no es eso!». Rectificación de la República). Fueron aquellos los años de máxima vigencia pública de Ortega. En las famosas conferencias En torno a Galileo (1933), que hicieron de la filosofía, por un momento, un espectáculo de moda, enuncia su teoría de las generaciones.
Exiliado al comienzo de la guerra civil, Ortega queda en lo sucesivo fuera de la escena pública española y se convierte, por fuerza de las circunstancias bélicas subsiguientes, en un cosmopolita errante malgrè lui. Su tono como escritor se vuelve más grave, su estilo más austero y ágil y su pensamiento más abstracto y sistemático, ciñéndose cada vez más a la filosofía.
Ya en las Meditaciones del Quijote, en 1914, había apuntado las ideas con las que iba a ir construyendo, ladrillo a ladrillo, al azar siempre de las circunstancias, su nunca rematado sistema filosófico. Allí aparecía incidentalmente la famosa frase «yo soy yo y mi circunstancia» (I, 322), elevada por él del plano biológico al ontológico, de la que diría años más adelante, al echar una ojeada retrospectiva en el prólogo a sus Obras, que condensaba «en último volumen» su pensamiento filosófico (VI, 347). En conexión con ella había esbozado también allí el germen de lo que sería el perspectivismo. La perspectiva es un componente necesario de la realidad, y entre las perspectivas no hay ninguna privilegiada. La verdad absoluta –inasequible al hombre– habría de ser la integración jerárquica de la totalidad de las perspectivas. Por tanto, la realidad (entendiendo por tal lo que últimamente se opone a mi vivencia) ya no puede ser entendida dentro de la disyunción tradicional de sujeto y objeto, yo y no yo. La realidad lo es sin mí, pero es ella lo que es. Frente al idealismo (yo sin cosas) y al realismo (cosas sin yo, yo entre las cosas), Ortega propondrá como solución radical al problema del conocimiento: «yo con las cosas». Así la vida (en el sentido biográfico, esto es: consciente y responsable), pasa a ser la «realidad radical».
Estas ideas –que funcionan en la obra de nuestro filósofo como los motivos musicales en una sinfonía– son acrecentadas y enriquecidas el año 1923, en El tema de nuestro tiempo, con el «raciovitalismo». Aquí toma la vida no tanto por el lado ontológico, cuanto por el axiológico. Frente al racionalismo o «beatería de la cultura», que domina desde hace siglos la cultura, debe reconocerse a la vida como un valor «autónomo» (Goethe, Nietzsche), pero sin incurrir por ello en un vitalismo irracionalista (Rousseau) o primitivismo. «No menos que la justicia, que la belleza o que la virtud, la vida vale por sí misma.» De donde una ética de la ilusión frente a la usual del deber. Lo mejor no se lo ha de hacer por imposición heterónoma, sino por deseo íntimo (como el deporte) en fuerza del imperativo vital que nos impulsa a «ser [mejor] lo que se es». (…)
Carlos-Amable Baliñas Fernández

(Este pequeño escrito se refiere a la influencia posterior de Ortega)
La influencia más inmediata reside en la creación de la "Escuela de Madrid" que más que un grupo o una escuela es un espíritu, una manera de pensar. Ortega enseñó a pensar a una generación de españoles. Antes de la guerra su influencia fue enorme en la vida intelectual y política del país. También fue grande su autoridad en los países europeos, sobre todo en Alemania y Francia donde sus obras han sido muy traducidas.
Su exilio en Argentina llevó su influencia a los países de habla hispana.
Después de la guerra continuó vivo su pensamiento en los filósofos no escolásticos y en la vida intelectual, aunque por las circunstancias del momento, tuvo que limitar su actividad a Conferencias y publicaciones.
Su postura frente al régimen de Franco ha sido calificada como de suave oposición frente a las condenas de otros intelectuales tanto españoles como extranjeros. Pero la influencia mayor se produce más que en los contenidos, en el rigor intelectual, en la forma de filosofar, en la actitud intelectual, en las aportaciones al lenguaje filosófico. Los contenidos de su filosofía, salvo los existencialistas, no corresponden a los fundamentales de este momento: la filosofía del lenguaje, la filosofía crítica, el neopositivismo, las distintas filosofías derivadas del marxismo.

4ª Pregunta: Influencia y vigencia del pensamiento de Ortega

Transcribo aquí el artículo aparecido en el diario nicaraguense "La Prensa" sobre la vigencia del pensamiento orteguiano. Antes encontrareis un breve resumen que me he permitido hacer. De este artículo y del que sigue (aparecerá antes por lo tanto) podeis extraer la segunda parte de la cuarta pregunta.

Influencia y vigencia del pensamiento de Ortega (resumen del artículo del Dtr. Serrano Caldera)

* Influencia de Ortega y la filosofía del exilio en Latinoamérica.
* Ortega ha servido de puente entre la filosofía alemana y la cultura en lengua española: introdujo alguna de las corrientes más importantes de la filosofía moderna (vitalismo, existencialismo, fenomenología…)
* Sus afirmaciones sobre la “solución europea” al “problema de España” han tenido algo de profético.
* A pesar de sus posiciones “reaccionarias” (Véase “La rebelión de las masas” y sus teorías sobre las “élites”) la tesis central de su pensamiento, es decir La razón vital, mantiene su vigencia.
* Según esto, hay que invertir la tendencia del racionalismo que al hacer de la razón un absoluto somete la vida a sus exigencias. Hay que invertir la relación y poner todos los productos de la razón (la cultura, el arte, la ética, el Estado, el derecho, las costumbres…) al servicio de la vida.
*Para este autor Mayo del 68, con otro lenguaje y también con otros “inductores intelectuales” (fundamentalmente marxistas) es una reivindicación de la vida y la vitalidad frente a las formas racionales opresivas, y en esto se manifiesta la influencia de Ortega.

La razón vital en Ortega y Gasset
Alejandro Serrano Caldera. La Prensa (Managua)

Algunos se preguntarán, ¿por qué escribir hoy sobre José Ortega y Gasset, filósofo tan controversial, discutido y discutible y que suscita las más contradictorias opiniones y los más encontrados puntos de vista? Una primera respuesta sería: ¡precisamente por eso!

Si esto no fuese suficiente, habría que agregar que Ortega es el filósofo que más influencia tuvo sobre el pensamiento y los pensadores latinoamericanos en la primera parte del Siglo XX, y aún algunas décadas después de pasada la mitad de la anterior centuria. Es, también, el pensador de lengua española más conocido y apreciado, en su época, en los exigentes ambientes de la filosofía alemana, incluyendo al propio Heidegger, y por mucho tiempo el principal conducto, sino el único, por el que el pensamiento filosófico alemán pasó a la cultura de lengua española.

Además, no habría que olvidar, muchos de sus luminosos análisis de filosofía de la historia y filosofía política, en los que, ejerciendo una verdadera tarea de profeta y visionario, se adelantó a su tiempo describiendo y sugiriendo opciones y puntos de vista que hoy son realidades del presente y propuestas de futuro, como es el caso de la Unión Europea, cuyos fundamentos filosóficos y políticos fueron magistralmente presentados en su obra Meditación de Europa, que recogió y amplió su conferencia de Berlín, en septiembre de 1949, “De Europa Meditatio Quaedam”.

Pero sobre todo, la importancia de Ortega y Gasset para nuestra época, más allá de sus posiciones conservadoras y hasta reaccionarias en varias de sus obras, entre las que habría de mencionarse, particularmente, La Rebelión de la Masas, radica, a mi modo de ver, en la vigencia que tiene la tesis central de su pensamiento, que es la idea de La Razón Vital.

En ella, el filósofo español corrige la perspectiva racionalista de la filosofía de Sócrates y de la filosofía griega, en general, sobre la que se fundará Europa y todo el Occidente, y de manera particular, invierte la perspectiva del racionalismo de Descartes, Spinoza, Leibniz y Malebranche, verdaderos creadores de la Era Moderna, al hacer de la razón un absoluto y de la vida una función de aquélla supeditada a sus exigencias. A esas alturas el pensamiento de Ortega está fuertemente influenciado, más que por ningún otro, por la Filosofía de la vida de Wilhelm Dilthey y se aferra, al igual que el gran filósofo alemán, a reafirmar la primacía de la vida sobre la razón y a exaltar el milagro esplendoroso de ser.

La idea de la Razón Vital es pues en José Ortega y Gasset, el núcleo de su sistema filosófico y aunque esta idea atraviesa la mayoría de sus obras, es, probablemente, en El Tema de Nuestro Tiempo, de 1923, en donde encuentra su desarrollo más sistemático. La obra toda es en sí la demostración de que la Razón Vital es el tema del tiempo del filósofo español, pero cabría preguntarse si efectivamente continúa siendo el tema de hoy, es decir, el tema de nuestro tiempo aquí y ahora.

“El tema del tiempo de Sócrates —dice Ortega— consistía, pues, en el intento de desalojar la vida espontánea para suplantarla con la pura razón... El socratismo o racionalismo engendra, por tanto, una vida doble, en la cual lo que no somos espontáneamente —la razón pura— viene a sustituir a lo que verdaderamente somos, la espontaneidad.

“El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo. Dentro de pocos años parecerá absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura: La misión del tiempo nuevo es precisamente convertir la relación y mostrar que es la cultura, la razón, el arte, la ética quienes han de servir a la vida”.
Pocos años después de escritas estas reflexiones, cuarenta y cinco, justamente, en mayo de 1968, y sólo a trece de su muerte ocurrida en 1955, la premonición de Ortega se cumplía, pues realmente a los jóvenes universitarios de París, primero, de Francia y todo el mundo después, parecía absurdo que la vida estuviese subordinada a la razón y la cultura y no éstas a la vida. En el fondo, su protesta fue un intento de corregir la perspectiva socrática y cartesiana que había creado, de alguna forma, los fundamentos teóricos que hicieron posible la sociedad de consumo que ellos querían abolir.
Aquellos lemas históricos aparecidos en los muros de París, “prohibido prohibir”, “seamos relistas, exijamos lo imposible”, “hagamos el amor y no la guerra”, parecían, a su manera, con otro lenguaje, pero con igual intención, ser la forma de poner en práctica el mensaje de la filosofía de la Razón Vital de Ortega, aunque posiblemente ellos nunca oyeron hablar de él ni conocieron su obra, pues otros eran los filósofos que los inspiraban, Marcuse, Foucault, Althusser, Lefebvre... sin embargo, en el fondo de la rebelión de los jóvenes estudiantes estaba, explícito o implícito, un reclamo por la vida y la vitalidad frente a las formas racionales que habían creado la cultura, la ética, el Estado, el derecho y las costumbres.

Algunos términos importantes

Abstracción.- Proceso mental mediante el cual nos formamos una idea o concepto de una cosa, considerando sus partes más importantes o relevantes, para tener un esquema o modelo de ella

Antinomia.- En el lenguaje jurídico contradicción entre dos preceptos legales. 2.- En el lenguaje filosófico, contradicción entre dos principios racionales o entre dos aseveraciones, cada uno de los cuales es mantenido omo premisa con igual fuerza. Así por ejemplo, Kant en sus “antinomias de la razón pura” demostraba como mantener la afirmación de que el mundo es finito o que es infinito lleva a una conclusión autocontradictoria.

Cultura.1.- Tradicionalmente se designaba con este término a las más latas manifestaciones del espíritu humano, especialmente las de la antigüedad grecolatina. 2.- Desde el Romanticismo, cualquier manifestación de la actividad humana que no obedezca a su estricta animalidad. Así, cultura es lo mismo una obra literaria o artística que las formas de cocinar o vestir de un pueblo.

Culturalismo.- Peyorativamente utilizado, como lo hace Ortega, exceso de confianza en la cultura frente a otras realidades, como puede ser la vida.

Idealismo.- Doctrina filosófica que mantiene que es el sujeto cognoscente el que constituye al objeto conocido. Esto es, que, o bien la realidad no tiene existencia sin un sujeto cognoscente, o bien esa existencia no tiene relevancia para mí hasta que no es conocida por mi y comprendida por mí.

Insaculación.- Literalmente, meter en un saco o urna número o nombres de personas o cosas para sacar alguna por medio de la suerte. 2.- El uso concreto que hace Ortega de este término, adquisición de verdades, creencias u opiniones por parte del sujeto.

Racionalismo.- Doctrina filosófica que postula la existencia de contenidos mentales previos a la experiencia. 2.- Doctrina filosófica según la cual no existe nada que no tenga razón de ser, de modo que no hay nada que no sea inteligible, al menos en principio y como posibilidad. 3.- Doctrina filosófica según la cual la experiencia no es posible más que para una mente que posee una razón, esto es, un sistema de principios universales y necesarios que organicen los datos empíricos; de modo que todo conocimiento cierto puede ser deducido de principios a priori y evidentes, de los que ese conocimiento es una consecuencia necesaria. En este sentido “racionalismo” e “idealismo” son casi sinónimos. 4.- En el uso diario y no filosófico, fe en la razón.

Relativismo.- Doctrina filosófica según la cual se pone en duda la exactitud y/o completitud del conocimiento humano. El relativismo suele estar íntimamente conectado con el empirismo y con el escepticismo.

Utopía.- Plan, proyecto, doctrina o sistema de creencias y proposiciones que aparece como irrealizable en el momento en que es formulado. El término “utopía” y sus cognados son usados normalmente por Ortega en los textos transcritos de acuerdo con sus significados etimológicos (“lo que no existe en ningún lugar”) y con cierto matiz peyorativo.

Vitalismo.- Doctrina filosófica que pone como centro de la meditación racional el tema de la vida. 2.- Doctrina filosófica que antepone las experiencias vitales a cualquier reflexión filosófica o racional.

CONCEPTOS FUNDAMENTALES DE ORTEGA Y GASSET

VIDA
Para Ortega constituye la realidad radical y esencial, es decir no es la única realidad pero si aquella a la que cualquier otra hacer referencia, es decir incluye las demás formas de la realidad; es un quehacer. Es la realidad misma en la que se encuentra el ser humano: en cada hombre, sea varón o mujer, toma una forma determinada. La vida humana no es sólo realidad biológica, sino también es biográfica; cada uno es dueño y escribe su propia realidad vital. La vida nunca está hecha sino que se está haciendo en la historia de cada uno.
Frente a la cosa o sustancia, ser de los griegos, o a la conciencia o sujeto de los modernos, con Ortega tenemos que afirmar que el dato radical del Universo es la vida humana. El concepto "vida" designa una "actividad", un "acontecimiento", lo que le ocurre "a cada cual" con sus circunstancias. Superación de la dicotomía en la que nos sumía la tradición filosófica moderna entre sujeto/objeto. Ortega también hace referencia a la vida como lo "vital" en un sentido próximo al de Nietzsche: lo espontáneo. En este sentido lo cultural no puede ahogar nuestra espontaneidad, así como ésta no puede situarse por encima de lo cultural. Vida entendida no desde supuestos meramente vitalistas o biologicistas, sino fundamentalmente como "algo que hacer", como tarea, o como aventura. Esta tarea no es otra que la de realización de la propia "vocación", nuestra personalidad.

SOCRATISMO
Es el término que indica el origen de un "error", en plena coincidencia con la observaciones de Nietzsche, que consiste en que la "razón" pura no puede suplantar la vida, la racionalidad no puede oponerse a la espontaneidad. El gran error de Sócrates fue separar la razón de la vida. La cultura puede enfermar, y esto ocurre cuando es un mero juego de conceptos, cuando deja de enriquecerse de la savia de la vida.
Nietzsche expresó antes que Ortega ideas similares a estas. Para Nietzsche la decadencia se manifiesta como una perdida de valor, fuerza o vigor respecto el "tono vital" anterior (mundo griego arcaico, equilibrio entre Dionisos y Apolo). Esto es precisamente lo que se inicia con este filósofo - Sócrates- la decadencia de occidente porque se instaura la creencia en la existencia de un Mundo Verdadero, Objetivo, Bueno, Eterno, Racional, Inmutable, y el desprecio de las categorías de la vida (el cuerpo, la sexualidad, la temporalidad, el cambio, la multiplicidad e individualidad,...). Con él y Platón comienza la ciencia y la metafísica y ellos crean el marco adecuado para la aparición de la religión y de la moral.
RAZÓN VITAL
Frente a la razón pura, la "razón" de nuestro tiempo ha de ser vital. La razón es sólo una forma y función de la vida, de modo que es la razón la que ha de radicarse en la vida. Con este término pretende Ortega definir su propuesta como "raciovitalismo", es decir, ni vitalismo ni racionalismo. Es decir, se opone a ambas doctrinas aun cuando recupere algunos rasgos de estas perspectivas. La razón vital es, al mismo tiempo, una razón de tipo biológico y una razón de tipo histórico y biográfico. Ortega no concibe la vida como un proceso irracional, donde sólo radican los impulsos que no pueden justificarse. La vida es un quehacer que se pone determinadas metas y que tiene una racionalidad que le es propia y que permite ser analizada adecuadamente. Al unir el concepto de razón con el de vida, Ortega realiza una original síntesis que alcanza una profunda capacidad analítica de la realidad. Ortega se sitúa lejos de considerar el valor de la razón como realidad última y que desprecia la realidad dinámica de la vida.
RAZÓN HISTÓRICA
Constituye una reformulación de la razón vital según la cual podemos entender al hombre mediante la comprensión de las creencias, esquemas mentales que cada individuo, generación y cultura ha utilizado para dar sentido a su vida y enfrentarse al reto de la existencia. Esto es lo que vendría a señalar la conocida afirmación orteguiana "el hombre no tiene naturaleza sino en su lugar tiene historia". Es la misma razón vital en tanto que la historia constituye el eje esencial de la vida. El ser humano no tiene naturaleza, tiene historia. Sólo se puede dar razón de algo humano apelando a la historia. Es la vida en su dinamismo, en su vivir biográfico, lo que la hace entender, la que da razón. "La razón histórica no acepta nada como mero hecho, sino que fluidifica todo hecho en el irse haciendo, ve cómo se va haciendo el hecho en sí".
RACIONALISMO
Doctrina filosófica que mantiene que todo conocimiento cierto procede de principios irrecusables, evidentes y necesarios. Descartes es el filósofo que encarna perfectamente esta doctrina pero en Ortega el término "racionalismo" es extensible a toda doctrina que considera en el hombre la primacía de la dimensión racional.
El raciovitalismo implica una posición crítica frente a la razón pura, una razón que somete a la vida. La razón pura se pierde en la nube, en ángeles, en utopías irrealizables. Comenzó con los griegos, Sócrates y Platón, sigue con Descartes, con la física moderna (Galileo). Es en la modernidad cuando nace la fe ciega en las capacidades ilimitadas de la razón. El racionalista sigue un impulsos práctico y quiere cambiar la realidad para que se adecue a un deber ser (Kant). La razón práctica dice como debe ser la realidad. El racionalismo convierte el pensamiento en algo incluso externo al cuerpo, es aislable, separable del cuerpo. Esta razón pura puede funcionar sin los sentidos, se divorcia de la vida, se convierte en norma de la vida y la puede someter (gran similitud con Nietzsche). Esta razón pura se construye con geometría y matemáticas (método matemático aplicable a la filosofía). Crea conceptos, ideas sublimes, redondas, completas, coherentes sin fallos lógicos pero irrealizables, escapan a las posibilidades del hombre. Son ideales utópicos. La razón pura se contenta con la deducción, con que no tenga contradicción y los resultados para Ortega son esquemáticos e irrealizables. Proponen une esquema muerto, parcial. La consecuencia es que el racionalismo iniciado por Sócrates invierte la realidad. Las ideas no están al servicio de la vida, sino que
somete la vida a las exigencias de los ideales.

CIRCUNSTANCIA
Término clave en el pensamiento de Ortega viene a señalar al imposibilidad de concebir a un "sujeto" la margen del "objeto", es decir, en la idea de un "yo" va intrínsicamente ligado a la idea de un "mundo". Yo soy yo y mis circunstancias.
La circunstancia es todo lo que interviene en la vida del hombre, sea varón o mujer, y es utilizado por él para hacerse a sí mismo. La circunstancia es el tiempo, sobre todo el tiempo presente; porque el pasado y el futuro sólo tienen sentido en la medida en que se hacen presentes de algún modo. Mi circunstancia es todo lo que no soy yo, el mundo que me rodea, los demás, las creencias, las opiniones, los usos sociales, el horizonte de la totalidad, todo lo que aparece a mi alrededor. Pero yo no soy un ingrediente de la circunstancia, no soy un elemento pasivo en ella, elaboro en ella mi proyecto de vida.

PERSPECTIVISMO
Estrechamente ligado en al término circunstancia. Afirmar que no es posible la adopción de un pinto de vista supraindividual, objetivo, universal, sino que la realidad se nos ofrece desde una perspectiva determinada. El Perspectivismo no es una doctrina accidental sino que se convierte en la piedra angular de la teoría del conocimiento. En esta se opone Ortega y Gasset tanto al idealismo como al realismo. Contra el idealismo afirma que el sujeto no es el eje en torno al cual gira la realidad; contra el realismo afirma que el sujeto no es un simple trozo de la realidad, ni un ser abstracto: es una realidad concreta que vive aquí y ahora: es una vida. Idealismo: equivalente a subjetivismo, pone la verdad de las cosas en el Yo. Realismo; equivalente a objetivismo, pone la verdadera realidad en la cosa, en el objeto El Perspectivismo lo desarrolla en El tema de nuestro tiempo. Es una teoría del conocimiento de la realidad. No hay un solo punto de vista absoluto sobre la realidad, sino diversas perspectivas complementarias. El Yo es un punto de vista que selecciona las impresiones. Hay tantas perspectivas como individuos (en cada una de ellas entra la vida de cada cual, la imaginación, sensibilidad, razón, deseos, circunstancias...). La razón del hombre debe dominar la circunstancia que su perspectiva le ofrece y así humanizarla. Es una razón vital, no opuesta a la vida.

CREENCIA
Constituye el conjunto de convicciones no siempre conscientes con la que contamos y que nos permiten actuar y manejarnos en el mundo. Ortega distingue entre creencias e ideas. Las creencias son el substrato más profundo de la vida humana, el terreno sobre el cual la vida se mueve. Pero la creencia no es “creer en”, sino un “estar en “, y un “contar con” que suponen la duda. La idea es aquello que se forja el hombre, sea varón o mujer, cuando la creencia vacila: las ideas son las cosas que de manera consciente construimos precisamente porque “no creemos en ellas”. La ideas o conceptos son producto del pensamiento.

IDEALISMO
Doctrina filosófica que mantiene la primacía del sujeto sobre el objeto, ya que es la única instancia que garantiza la realidad de las cosas externas. Idealismo es equivalente a subjetivismo. Es una postura filosófica en la que el fundamento y la realidad del mundo exterior depende de la realidad y existencia del sujeto que lo percibe. Sin sujeto percipiente o activo no hay mundo. Ortega rechaza el idealismo clásico, cartesiano, al negar que el mundo exterior se reduzca a la realidad del sujeto. El mundo es independiente del sujeto que lo percibe. También rechaza el racionalismo. Su postura es
raciovitalista.

PROYECTO (vocación)
Es una de las categorías de la vida humana: esta consiste fundamentalmente en un “quehacer”, en una tarea , la de la realización de nuestra propia personalidad. La vida es tarea, quehacer, la vida hay que hacerla. Nuestro proyecto es nuestra vida, es lo que hacemos y lo que nos pasa. La vida es el conjunto de vivencias, nuestro vivir concreto, ocurre, pasa en nosotros, es un continuo hacerse a sí misma.

MUNDO
En el concepto de "mundo" cabe distinguir tres niveles de significación: 1.- Una sinificación estructural-formal, es decir, el "mundo" en cuanto un constituyente de la "vida" juntamente con el "yo". Así nuestra vida puede representarse "como un arco que une el mundo y el yo". "Vivir es encontrarse en el mundo". En este primer nivel, "mundo" vale tanto como "circunstancia": lo que primariamente me rodea y afecta, y con lo que tengo que habérmelas en la ejecutividad en que consiste mi vivir.
En un segundo nivel, "mundo" expresa el plexo constituido de sentido que en cada caso adquieren las circunstancias como resultado de la interpretación que el yo hace de ellas. De acuerdo con esta significación, cada hombre y época tiene su mundo. Este mundo de sentido constituye el horizonte de cada época.
Pero todo horizonte es ampliable y dilatable, precisamente por el carácter perspectivístico de la realidad, por la indefinición de la vida y de su carácter poético e histórico. La totalidad abierta que sobrepasa cada horizonte y mundo determinado constituye el tercer nivel del concepto de mundo.

Esto para la cuarta: ¿A qué bando pertenecía Ortega?: Artículo de José Luis Abellan

Aquí podeis leer algo sobre la utilización que unos y otros hicieron de la figura del filósofo pincha aquí. Una vez allí picad en la esquina superior derecha, el apartado "Curiosidades"

Ortega: Los apuntes

(Hay que estudiarse ésto: especialmente el punto 3, que coincide con la temática del texto a comentar)

3. El perspectivismo

Es la segunda etapa del desarrollo de la filosofía de Ortega, y se puede situar en tomo a 1914, fecha en la que se publica su primer libro, Meditaciones del Quijote. Ortega ha hecho por entonces un descubrimiento filosófico tan trascendental que dedicará el resto de sus días a desarrollar su contenido, aplicándolo a los más diversos asuntos: el tema de la circunstancialidad.
Antes de adentramos en el análisis de los conceptos de "circunstancia" y "perspectiva" es necesario, junto con Ortega, "plantar cara" a las dos formas tradicionales de enfrentarse al problema de la verdad: el idealismo y el realismo.

3.1. Críticas al realismo y al idealismo
La afirmación de que la vida es la realidad radical impone a Ortega la crítica al idealismo y al realismo (es decir, al subjetivismo y al objetivismo). Tanto uno como otro caen en el mismo error, son la cara y la cruz de la misma falsa moneda, al ignorar la vida como realidad radical.
Para el realismo, la verdadera realidad son las cosas en sí mismas, independientemente de mi pensar, de mi yo, que se convierte en otra cosa. Pero esto es simplemente una ilusión ridícula, ya que el yo es quien vive las cosas. El realismo no ha sabido dar importancia al yo y ha quedado absorbido por el mundo exterior. Encontramos una crítica al realismo en Historia como sistema, a raíz del análisis que hace de la ciencia. La ciencia, entendida como razón naturalista, como razón físico-matemática, como realismo, ha olvidado que el ser humano no es una cosa, y en consecuencia es falso hablar de la "naturaleza humana". La vida humana no es un objeto, no se trata de una cosa y por eso no posee una naturaleza: "El hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia". La razón físico-matemática tiene validez cuando se trata de medir y calcular, pero cuando trata de abordar la vida humana, ésta se le escapa, como el agua lo hace por una canastilla.

El idealismo, la otra cara de la moneda, comete el mismo error. El racionalismo cartesiano, verdadero iniciador del subjetivismo, disuelve el mundo exterior en favor del yo, de la sustancia pensante. Para Ortega no puede existir el yo sin las cosas, sin mundo. No puedo hablar de las cosas sin el yo, pero tampoco puedo hablar del yo sin las cosas. La realidad radical no puede ser el cogito hermético de Descartes, el pensante aislado, sino el pensante con las cosas, el yo viviendo con las cosas; es decir, mi vida. El idealismo va, pues, contra la vida.
Solamente existe un yo, que coexiste con el mundo y conserva su intimidad, su autenticidad. Y que es, por otra parte, inseparable de las cosas y de "sus cosas". Ésta es la verdad fundamental, el dato radical del Universo: la vida del yo en el mundo, en este mundo, aquí y ahora. .

3.2. La circunstancia
A partir de la publicación de Meditaciones del Quijote, en 1914, se introduce en la obra de Ortega el tema de la circunstancialidad de lo humano. Se ha efectuado un descubrimiento filosófico trascendental: la circunstancialidad será una pieza clave de la filosofía orteguiana y bajo ella cobra luz todo el desarrollo posterior de su pensamiento. La doctrina de la circunstancialidad permite explicar el proceso vital e intelectual del propio Ortega: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo".
Así, la propia afirmación orteguiana de que, además de su yo, están las circunstancias, a las que el yo tiene que conferir sentido, para que ambos -yo y circunstancias- puedan "salvarse". El método filosófico de Ortega consiste en partir de la reflexión de las cosas que nos son más próximas, las que nos rodean, para elevarse poco a poco a las más lejanas.
¿Qué es la circunstancia de la que habla Ortega? Este término procede etimológicamente de circunstare e incluye tanto las realidades físicas que nos circundan, incluso aquellas que se encuentran más allá de nuestro alcance, tales como el momento temporal, entendido como acumulación de pasado y proyecto de futuro como la sociedad que nos rodea, con su historia y su proyecto vital. La circunstancia es todo 10 que interviene en la vida del ser humano y es utilizado por él para hacerse a sí mismo.
De esta forma, la vida es un continuo intercambio entre el yo y la circunstancia, un intercambio dirigido por la razón, hasta el punto de que, para Ortega, vivir es razonar. Ahora bien, este razonar necesita una previa toma de contacto: en esto consiste la perspectiva.

3.3. La perspectiva
Hemos hablado del carácter primario de la vida. Pero como la vida es circunstancial, la vida es un punto de vista sobre el Universo. La circunstancia, lo que está a mi alrededor, posibilita mi vida y, por 10 mismo, constituye la perspectiva concreta desde la que se me muestra la verdad de las cosas.
Ni es válida la postura del dogmático, para el que la verdad es una, la suya, y pretende imponerla a los demás, ni tampoco es válida la del escéptico que, ante la variedad de opiniones, concluye que ninguna verdad puede pretender el carácter de tal. La posición correcta es otra: la verdad tiene muchas caras, y dependiendo de la perspectiva desde la que la miremos, nos ofrecerá aspectos distintos. "La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser única." Dicho de otra manera, 10 falso es la Utopía, la verdad no localizada, vista desde "lugar ninguno". El sujeto funciona como una retícu1a interpuesta en una corriente y deja pasar unas cosas y retiene otras. El sujeto no deforma la realidad, sino que la selecciona desde su circunstancia.

La realidad consiste en asimilar aquella perspectiva, aquellas circunstancias, a través de las cuales yo la interpreto sin rechazar las perspectivas y las visiones de los demás. Porque cada perspectiva es una visión que capta una parte de la verdad y es preciso integradas y asumir la multiplicidad de ellas.
En consecuencia, podemos decir que no puede haber un enfrentamiento entre las perspectivas. En este sentido, Ortega hablará de la necesidad de apreciar en cualquier otro que no seamos nosotros un valor propio. El valor radicará precisamente en su desacuerdo conmigo, porque su desacuerdo es signo de su autonomía frente a las cosas. Esto lleva a considerar que "el otro será más valiosos en la medida en que sea más fiel a su individualidad". ¿Pero entonces, cómo será posible la convivencia si cada uno está encerrado en su propia perspectiva? La solución quizá se encuentre en lá síntesis de las perspectivas; síntesis que en el plano moral, político o religioso se puede resumir con el término de "tolerancia".. Tolerancia, término que viene a significar la aceptación de que las posiciones del otro tienen el mismo derecho a existir que las mías, porque unas y otras son parciales y complementarias. De esta forma entendida, la perspectiva individual nos podría conducir a la perspectiva entendida socialmente. Porque tolerancia sería un valor positivo que aumenta la convivencia dentro de la sociedad. Esta tolerancia le sirvió a Ortega para entender a otras culturas, ya que cada cultura vería también la misma realidad desde una perspectiva distinta e insustituible.

3.4. ¿En qué consiste el perspectivismo?
La perspectiva visual constituye un punto de partida para entender la perspectiva real. En una perspectiva visual encontramos:
1. Alguien que mira desde un punto de vista.
2. Algo visto en ese mirar.
3. Distintos planos o distancias.
4. El punto de vista, que incluye el lugar, dirección de la mirada, tiempo... (por "ver" entiende un "mirar", un "prestar atención"). En todo ver hay un ángulo muerto, que no vemos, ya que nuestro ver se centra en aquello que nos interesa, y, a su vez, ese interés nace de la constelación de nuestras necesidades, deseos y apetencias.
Parece claro a 10 que nos referimos con la "perspectiva visual"; pero... ¿qué quiere decir Ortega con "perspectiva real"? Se trata de algo más complejo, ya que abarca otros aspectos además del visual: intelectual, afectivo, volitivo, estimativo, pragmático...
Podemos distinguir una doble dimensión en la perspectiva real:
- subjetiva, que abarcaría una serie de factores psicológicos, e
- intersubjetiva, que consta de los ingredientes sociales peculiares de las distintas colectividades en que se inserta el individuo.
En el sentido etimológico del término perspectiva podemos encontrar dos aspectos diferentes. Toda perspectiva es, a la vez, pre-spectiva y pro-spectiva. Como pre-spectiva ofrece una serie de elementos a priori (todas las experiencias del sujeto); y, además, el a priori cordial o constelación de necesidades biológicas, emociones, sentimientos, intereses, etc. "El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina y el corazón reparte sus acentos." Como pro-spectiva está orientada al porvenir. A un porvenir no cerrado, que tiene que hacerse. Para ello el ser humano goza de libertad.

La perspectiva nos coloca ante la verdad desde el punto de vista de la individualidad, pero compatible y susceptible de adición a la verdad de los demás. Mi finitud sólo me deja abarcar lo abarcable desde mi circunstancia, que es única e intransferible. Pero estoy obligado a transmitir a los demás mi trozo de verdad. Se puede acceder a la verdad integral partiendo de la suma de las verdades parciales. Sin embargo, existe una verdad absoluta que sólo es asequible a una razón absoluta: la de Dios. Es, por tanto, inútil intentar alcanzarla.

4. La razón vital e histórica

El raciovitalismo es la tercera etapa de su pensamiento. En esta etapa se conforman los conceptos de razón vital y razón histórica.

4.1. La razón vital. El raciovitalismo
El raciovitalismo es la aportación básica de Ortega, la maduración de su. pensamiento. Esta etapa es una evolución y concreción del perspectivismo anterior. Representa una reflexión de las perspectivas radicales en las que el ser humano está situado: la perspectiva de la razón y la perspectiva de la vida. Establece la necesidad de superar la falsa dicotomía en la que se ha entrado al concebir la razón como fundamento de la verdad, del conocimiento, de la objetividad, frente a la vida, que representaría lo particular, lo mutable, lo irracional, el deseo, la pasión. Estos dos polos, no es que sean irreconciliables, sino que, al contrario, son inseparables.
Pero antes de exponer las tesis, a nuestro juicio, básicas del raciovitalismo, es preciso que desterremos esos dos falsos caminos: racionalismo y vitalismo. Lo haremos siguiendo a Ortega en su artículo "Ni vitalismo ni racionalismo", publicado en la Revista de Occidente, en 1924.

Crítica al vitalismo
Dentro del campo de las doctrinas filosóficas podemos distinguir, según Ortega, tres acepciones del término vitalismo:
l. Vitalismo filosófico, para el que el conocimiento es fruto del proceso biológico. Desde esta perspectiva, la filosofía y la epistemología se diluyen dentro de la biología.
2. La filosofía de Bergson: donde la razón no es el modo superior de conocimiento del ser humano, sino que hay un modo más profundo, concretado en la vivencia íntima de las cosas. La realidad se define como devenir y la forma de aprehenderla es la intuición. La razón sólo nos puede dar una imagen petrificada de la realidad.
3. La tercera formulación del término es la que Ortega hará suya: defender la primacía absoluta del método racional del conocimiento y situar en el centro de la reflexión filosófica el problema de la vida. Se trata de poner de manifiesto que la razón tiene un papel esencial y fundamental en la vida.
El vitalismo de Ortega no es ya un "vitalismo a secas" (nuestro autor se preocupa mucho de marcar diferencias con una interpretación reduccionista de su vitalismo), ya que el concepto de razón vital supera el mero vitalismo y manifiesta la necesidad del pensar para el vivir.


Crítica al racionalismo

Hemos visto cómo Ortega se ve forzado a criticar el vitalismo en favor de la vida, entendida como una vida que no puede ser vivida sin la razón. De igual forma también se ve en el compromiso de criticar el racionalismo en nombre de la razón.
Al racionalismo tiene que recriminarle el no admitir la existencia de zonas de irracionalidad, de áreas de la realidad opacas a la razón. Los racionalistas, movidos por una beatería poco racional, han hecho acto de fe de la razón y han abrazado la creencia en su uso ilimitado. Ortega critica los excesos del racionalismo, no de la razón.
El raciovitalismo propugna una mayor atención a la vida, promovida desde la teoría y con la pretensión de ser una teoría. Esta perspectiva no puede prescindir de la razón y por eso Ortega se siente incómodo con el calificativo de vitalismo, sin más, con el que se identificaba a su filosofía, pues el término vitalismo tiene connotaciones irracionales que no puede aceptar. Es en este intento por desmarcarse de este vitalismo reduccionista cuando utiliza expresiones como "Razón vital" o "Razón histórica", que más tarde comentaremos, o la expresión "Raciovitalismo", que es la que utilizamos aquí para definir su sistema filosófico.
La vida es la realidad radical, en el sentido que ya hemos explicado más arriba. Pero es una realidad radical nueva; algo radicalmente distinto a lo conocido hasta entonces en la filosofía. Para esta concepción no valen los conceptos tradicionales de realidad y ser. Ortega explica una nueva realidad, propone una nueva idea de ser y, por tanto, una nueva ontología.
Para los filósofos antiguos, realidad y ser equivalían a cosa; para la filosofía moderna, ser significaba intimidad, subjetividad. Para Ortega va a significar vivir, es decir, intimidad consigo y con las cosas. "Hay que retorcer el pescuezo a los venerables y consagrados conceptos de existir ser y tapar sus quejidos agónicos con una fuerte voz que afirme: lo primario que hay en el Universo es mi vivir y todo lo demás lo hay, o no lo hay, en mi vida, dentro de ella."

Las tesis del raciovitalismo

Veamos ahora, de una forma sistemática, en qué consiste el raciovitalismo. Podemos encontrar implícitas las siguientes tesis:
1º Primacía ontológica de la vida. La vida es la realidad primera y primigenia, anterior al pensamiento. Tras siglos de idealismo y racionalismo, tras siglos de mantener la primacía de la razón sobre la realidad, Ortega cree que es preciso replantearse los problemas. Hay que darse cuenta de que la vida estaba ahí, antes de que el ser humano se dedicase a llenar su ocio filosofando, antes de que la mirada filosófica recayera en ella. Hay que someter a la razón a una cura de humildad y, lejos de intentar crear un mundo artificial a la medida de la razón, lo que debe hacer esta presuntuosa razón es dar cuenta, dar razón, de aquello que le precede: la vida. Tomar la vida como realidad radical (cuestión que abordábamos al principio de nuestra exposición) es el emblema del raciovitalismo, pues reconoce que la vida es lo radical para el ser humano; pero, a la vez, hay que teorizar, y ésta es la tarea del filósofo. Estamos ante la vieja verdad indudable de Descartes, pero ahora sensiblemente cambiada: Pienso, porque vivo; el pensamiento viene después y debe abordar esa realidad y esa vida que le preexisten.

2º La vida que le interesa no es cualquier clase de vida, sino la que cumple con una serie de condiciones determinadas. Estas condiciones son: que la vida humana es la de cada cual, es la vida personal, que por ser personal lleva al hombre y a la mujer a hacer siempre algo en una determinada circunstancia. Circunstancia que nos ofrece diversas posibilidades de hacer y ser, que añade a la vida la nota de libertad, pero también de inevitable fatalidad, ya que no podemos salimos del marco que determina nuestra circunstancia. De esta forma mi vida es responsabilidad exclusivamente mía.
3º Es con la introducción del pensamiento como la vida humana puede diferenciarse de cualquier otra vida. No estamos hablando de cualquier vida, sino de la vida de quien tiene conciencia para dar cuenta y razón de ella. El pensamiento es lo que da sentido a la forma propia de actuar del hombre y de la mujer, a la acción. De modo que no puede hablarse de acción, sino en la medida en que está regida por un previo distanciamiento, por una contemplación, por una teoría. Esta teoría responde a la necesidad que tiene el ser humano de pensar y a su capacidad de ensimismarse. El ser humano necesita de la razón para su propia supervivencia. Existe una relación dialéctica entre razón y vida.
4º El pensar humano, el conocer, es una labor en continua ampliación. Si en algún momento dijéramos que hemos alcanzado todo el saber posible, estaríamos identificando el saber con lo sabido por nosotros y, entonces, ese saber se convertiría en absoluto y con ello estaríamos matando al propio conocer, ya que no existiría nada nuevo por conocer. El pensamiento y el conocimiento son una conquista, "una adquisición laboriosa, precaria, volátil". No hay peor ignorante que el que cree saberlo ya todo, que aquel que no es consciente de su ignorancia. Sin embargo, para el ser humano que sabe de su ignorancia, con cada nuevo conocimiento se le abren nuevos horizontes, nuevas incógnitas e ignorancias que precisan ser atendidas nuevamente por su conocimiento. En este sentido, Ortega nos propone cambiar la archiconocida definición del ser humano como homo sapiens por la de homo insipiens (ser humano ignorante).
Una de las formas de manifestarse esta necesidad del pensar son las ideas. Las ideas constituyen la coordenadas con las que los hombres y las mujeres se orientan en el mundo y con las que pretenden solucionar sus necesidades radicales.
Por idea Ortega entenderá aquellos pensamientos que construimos y de los que somos conscientes. Las ideas las construimos, las tenemos y podemos discutirlas, no nos sentimos inmersos en ellas, las ideas y nosotros somos sólo "conocidos". Las creencias, en cambio, son una clase muy especial de ideas, que tenemos tan asumidas que no tenemos la necesidad de defenderlas, son nuestra realidad, están tan pegadas a nuestra piel que en la mayoría de las ocasiones no reparamos en ellas. Es algo parecido a lo que en medicina se denomina "conciencia del órgano": todos tenemos un estómago, cuando algo no funciona bien en él sentimos dolor y reparamos en su existencia, pero cuando está sano no pensamos en él, simplemente lo utilizamos, realiza su función. Algo similar ocurre con las creencias, mientras vivimos en ellas no las sentimos y cuando las sentimos es que algo va mal en ellas, pasan a ser ideas que pueden ser discutidas y necesitamos defenderlas o abandonarlas por otras.
Las creencias son nuestra vida, la realidad en la que estamos inmersos y de la que partimos, y las ideas son equiparables a la razón con la que pensamos la realidad que es la vida. Lo mismo que existe una armonía entre razón y vida, debe existir armonía entre ideas y creencias.
Llega el momento en que no "hacemos pie" en nuestras creencias, empiezan a fallamos y aparece la duda, que no es otra cosa que el intento de buscar la seguridad perdida. Entonces nos afanamos en conocer, en buscar alguna certeza que ocupe el lugar vacío que han dejado nuestras antiguas creencias. El virus de la duda ha sido inoculado por los filósofos, que han sido capaces de sacamos de nuestras creencias y hacer que las pongamos en tela de juicio. (De seguro que en tu andar por este curso de bachillerato algún autor de los que hemos estudiado te habrá hecho cuestionar creencias que anidaban en ti de forma natural, que formaban parte de ti. Ésa es la labor de la filosofía, y si en parte algo de eso hemos conseguido no habrá sido inútil nuestro esfuerzo.) Dentro de los filósofos, los escépticos son los auténticos demoledores, verdaderos martillos que no dejan títere con cabeza, porque llevan la duda sobre nuestras creencias a su grado más alto. El pensamiento es el fruto de esta inestabilidad; las ideas que nacen del pensamiento hay que defenderlas, son susceptibles de discusión porque no son la realidad (como pensara Descartes), sino construcciones que el ser humano hace para separarse de la realidad, para ensimismarse. Cuando conseguimos apartamos críticamente de las creencias de las que vivimos, éstas pueden ser rechazadas o aceptadas, pero en cualquier caso, dejan de ser creencias para convertirse en ideas.
Esta dialéctica entre creencias e ideas se da en la historia. Ha llegado pues el momento de ver la relación que guardan el raciovitalismo y la razón histórica.

La vida como realidad radical

Así pues, ¿qué es vida? Para contestar no hay que irse muy lejos. Nos dice Ortega que las verdades fundamentales tienen que estar siempre a la mano, porque sólo así pueden ser fundamentales. Vida es lo que somos y lo que hacemos: es, pues, todas las cosas, lo más próximo a cada cual. La vida está hecha de nuestras horas más trascendentales, pero también del rosario interminable de nuestros minutos más habituales y aparentemente más insignificantes.

La realidad radical es, pues, nuestra vida, la de cada uno en particular. No existe otra realidad más indubitable. Ni siquiera el pensar es anterior a la vida, al vivir, porque aquél es, como pensamiento, un fragmento de un sujeto determinado que sencillamente vive. Cualquier tipo de realidad siempre, absolutamente siempre, supone de antemano otra realidad que la fundamenta: nuestra vida.
Y para ver en qué consiste esta vida, Ortega nos invita a ir notando, uno tras otro, los atributos de nuestra vida, en orden tal que de los más externos avancemos hacia los más internos, que de la periferia del vivir nos contraigamos a su centro palpitante. Se trata de encontrar las categorías con las que podamos definir la vida. Entiende por categorías las propiedades que todo ser real, simplemente por serlo, trae consigo y por fuerza contiene. Así, las categorías de la vida serían las propiedades que expresan el "vivir" en su exclusiva peculiaridad. En la vida, siguiendo a nuestro autor, podemos encontrar las siguientes categorías:

a) Vivir es encontrarse en el mundo, enterarse de sí. Me doy cuenta de mí mismo en el mundo, de mí y del mundo. Vivir es lo que hacemos y nos pasa, desde pensar o soñar o conmovemos, hasta jugar al baloncesto o beber un refresco. Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo. El verse a sí mismo es el atributo esencial y primero de toda vida humana. Nos vemos a nosotros mismos enredados en un ámbito de temas, de asuntos que nos afectan: en una palabra, nos encontramos en un mundo. Mundo es, en sentido estricto, lo que nos afecta. Nuestra vida según esto no es sólo nuestra persona. La vida consiste en que la persona se ocupa de las cosas y, evidentemente, lo que sea nuestra vida depende tanto de lo que sea nuestra persona como de lo que sea nuestro mundo. Pero no es primero yo y luego el mundo, sino ambos a la vez. Ese mundo, al formarse sólo de lo que nos afecta a cada cual, es inseparable de nosotros mismos.
b) Nos encontramos en este mundo, como ya hemos dicho, ocupados en algo. Yo consista en ocuparme con lo que hay en el mundo y el mundo consiste en todo aquello de lo que me ocupo y en nada más. Ocuparme es simplemente hacer esto o lo otro. Ocuparse es hacer filosofía, encestar un balón o, simplemente, hacer tiempo.
c) Hemos visto que es un hallarse ocupándose en esto o lo otro, un hacer. Pero todo hacer es ocuparse de algo para algo. La ocupación que somos ahora radica en y surge por un propósito -en virtud de un para- de lo que vulgarmente se llama una finalidad.
d) Ese para, en vista del cual hago esto y en este hacer vivo y soy, lo he decidido yo, porque entre las posibilidades que ante mí tenía, he creído que ocupar así mi vida sería lo mejor. La vida es imprevista, no está prefijada, tenemos que decidir. Nuestras decisiones no se las podemos pasar a otro alguien, lo mismo que no puedo transferir mi vida. En este sentido la vida es anticipación y proyecto.


e) Decidimos porque vivir es hallarse en un mundo no hermético, sino que ofrece siempre posibilidades. Por muy seguros que estemos de lo que va a pasar mañana, lo vemos siempre como una posibilidad. Hemos sido arrojados en nuestras vidas, yeso en lo que hemos sido arrojados tenemos que ir haciéndolo cada día, por nuestra cuenta. Tenemos que montárnoslo o como dice Ortega: "nuestra vida es nuestro ser". Siempre estamos anticipando, eligiendo, decidiendo entre posibilidades. Y si puedo elegir es porque tengo "libertad para...".
f) Por otra parte, esas posibilidades entre las que elegimos no son ilimitadas. Para que haya decisión tiene que haber a la vez limitación y holgura, una determinación relativa. Esto lo expresa con la categoría de circunstancias (el tema del circunstancialismo, de suma importancia en su filosofía, lo abordaremos en profundidad más adelante). La vida se encuentra siempre en ciertas circunstancias, vivir es vivir aquí y ahora; el aquí y el ahora son rígidos, incanjeables, pero amplios. Vida es a la vez fatalidad y libertad, es ser libre dentro de una fatalidad dada. Esta fatalidad nos ofrece un repertorio de posibilidades determinado, inexorable, es decir, nos ofrece diferentes destinos.
g) La vida es, por tanto, esa paradójica realidad que consiste en decir lo que vamos a ser, en ser lo que aún no somos, en empezar por ser futuro. Al contrario que cualquier otro ser, el ser humano comienza por el luego, por el después. He aquí otra categoría, una categoría temporal: la vida es futurización.
(Desde hace un rato, estás ahí, al otro lado de estas líneas leyendo, ¿sin decidir nada más? y, sin embargo, ¡qué duda cabe!, viviendo. Mientras leéis, habréis dudado más de una vez en cerrar este libro. Y habéis decidido continuar. En definitiva habrá alguien que ya haya abandonado la lectura y otros seguiréis leyendo. En este último caso, momento tras momento os habréis tenido que plantear el seguir o no. Nuestras decisiones, incluso las más fuertes, han de recibir constante corroboración, han de ser continuamente re-decididas. Y de aquí sacamos una inmediata consecuencia: si nuestra vida consiste en decidir, quiere decir que en la raíz misma de nuestra vida hay un atributo temporal: decidir lo que vamos a ser -el Futuro-. Nuestra vida es toparse con el futuro, la vida es una actividad que se ejecuta hacia adelante, es futurición, es lo que aún no es.)

4.2. La razón histórica
La vida, para el ser humano, va más allá de lo biológico y enlaza con la historia. Cada generación (más adelante analizaremos qué entiende Ortega por "generación") recibe una herencia de sus predecesores, formada por una serie de creencias e ideas. El partir de cero es sencillamente imposible, somos historia y nuestra conciencia histórica consiste en damos cuenta del conjunto de creencias que hemos recibido, ser consciente de ellas y poderlas conservar, transformar o aniquilar. Para evitar caer en los mismos errores del pasado y no repetirlos, es preciso saber por qué se llegó a errar; sólo desde el conocimiento de la historia es posible encarar el futuro con la pretensión de que éste sea mejor que el pasado. Olvidar su historia sería el error más peligroso en el que pudiera caer un hombre o una mujer de una generación para con los de la generación siguiente. Este comportamiento "antihistórico" sólo podría calificarse de "suicidio", estaríamos matando una parte de nuestra razón, de nuestra vida, de nosotros mismos.
Razón, vida e historia son inseparables, porque en el caso del ser humano vienen a ser una misma cosa. Existe una relación dialéctica entre la razón viviente y la razón histórica. La razón viviente consiste en que toda persona va siendo y des-siendo, deforma que el vivir alcanza una nueva perspectiva desde el ángulo de la razón histórica: el ser humano se dará cuenta de que es un inacabable proyecto, una perspectiva con múltiples horizontes.
Mi vida es historia. Mi vida es circunstancia y, por tanto, circunstancia histórica. La razón vital se concreta en la razón histórica, ya que partimos de un sujeto con una determinada realidad social e histórica. Pero en modo alguno estamos hablando de dos razones distintas, sino que la razón vital es a la vez razón histórica, porque la vida (ya lo hemos visto) es esencialmente temporeidad, comprende la realidad en su devenir. El historicismo de Ortega tiene dos planteamientos significativos en cuanto a la concepción del hombre y la teoría de las generaciones.

EL HOMBRE COMO SER HISTÓRICO

LA RAZÓN HISTÓRICA

- La historia como lugar de esta dialéctica.
- La importancia del pasado.
- Vida = razón = historia.
- Razón histórica = razón vital.
- Vida y circunstancia histórica.
- El ser humano no tiene naturaleza, sino historia.
- Teoría de las generaciones; jóvenes, adultos y ancianos.

- Elite y masa (el problema de España: las masas no obedecen las directrices de la elite).

4.3. Concepción del ser humano
Dice Ortega que el ser humano no tiene naturaleza, sino historia. Su vida no es estática, no es algo acabado, inmutable, sino que es tiempo, futurización (recuérdense las categorías de la vida), se va haciendo en la historia, la historia pertenece a la vida de cada uno de nosotros y nosotras. Vivimos en un determinado momento, tiempo, época histórica, inmersos en la temporeidad que ya definimos como atributo esencial de nuestra vida. Pero no es el tiempo que marcan los relojes -nos dice Ortega-, sino un tiempo que es innovación, misión, tarea, siempre volcado hacia el futuro. El ser humano no se puede desentender de la historia, porque su vida es ya historia, su circunstancia es histórica. El hombre y la mujer, en definitiva, son historia.

4.4. La teoría de las generaciones
Las distintas épocas históricas se caracterizan por una sensibilidad determinada, y las variaciones de sensibilidad se presentan bajo la forma de generación. Cada época tiene una forma de vida (creencias, ideales, formas, usos, etc.), y esta forma de vida dura cierto tiempo (Ortega habla de quince años). Por esto, en un mismo momento histórico coinciden varias generaciones: jóvenes, adultos y viejos. Son generaciones contemporáneas, pero no coetáneas (en el sentido de tener la misma edad y la misma sensibilidad). En esta diferencia generaciona1 radica la posibilidad de innovación, ya que cada generación recibe lo vivido por la anterior, pero, por otro lado, deja fluir su espontaneidad. La rebeldía en las generaciones jóvenes es algo natural y necesario, ya que los jóvenes están llamados a otras tareas, a otras misiones diferentes a las de sus antecesores. Como una generación precede a otra, el estudio de las generaciones se convierte en un estudio histórico. Cada generación engloba a una elite y a la masa. La elite encarna la creatividad, la libertad, tiene la misión de dirigir a las masas. La misión de las masas es obedecer las directrices marcadas por las elites. Este planteamiento coincide en el plano político con su defensa del liberalismo político, al que considera como una idea radical sobre la vida. Creer que cada ser humano debe quedar franco: para henchir su individualidad e intransferible destino.
Ortega considera que en su época se ha dado una confusión entre quien manda y quien tiene que obedecer. Las masas se han rebelado y no quieren obedecer las directrices marcadas por las elites, y, fundamentalmente, en esto consiste la invertebración de España. De ahí la preocupación de los intelectuales por el "problema de España". A esta problemática responden dos de sus obras más interesantes: España invertebrada y La rebelión de las masas, donde nos da una visión pesimista de España, de una España desvincu1ada de Europa.
Esta elaboración intelectual coincide con una intensa actividad política: en 1923 crea la Revista de Occidente; en 1929 se decanta contra la dictadura de Primo de Rivera y funda con otros intelectuales la Agrupación al Servicio de la República; en 1931 es elegido diputado a Cortes Constituyentes, pero al no convencerle el rumbo que los asuntos políticos, y el poco caso que a los intelectuales suelen hacer los políticos adopta una postura crítica en su conferencia "Rectificación de la República"; en 1932 se retirará definitivamente de la vida política y se dedicará de lleno a su trabajo intelectual.

El texto: "La doctrina del punto de vista"

ORTEGA Y GASSET: EL TEMA DE NUESTRO TIEMPO

La doctrina del punto de vista.

Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de cultura: únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes -el inmanente de o biológico y el trascendente de la cultura- quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.
Recuérdese el comienzo de este estudio. La tradición moderna nos ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la operación inversa: desvanece el valor objetivo de la cultura para dejar paso a la vida. Ambas soluciones, que a las generaciones anteriores parecían suficientes, no encuentran eco en nuestra sensibilidad. Una y otra viven a costa de cegueras complementarias. Como nuestro tiempo no padece esas obnubilaciones, como ve con toda claridad el sentido de ambas potencias litigantes, ni se aviene a aceptar que la verdad, que la justicia, que la belleza no existen, ni a olvidarse de que para existir necesitan el soporte de la vitalidad.
Aclaremos este punto concretándonos a la porción mejor definible de la cultura: el conocimiento.
El conocimiento es la adquisición de verdades, y en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del radicalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y a mañana -por tanto, ultravital y extrahistórico-. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra: historia.
La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible: no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada vez tomase por la pretendida realidad.
Es interesante advertir cómo en estos últimos tiempos, sin común acuerdo ni premeditación, psicología, "biología" y teoría del conocimiento, al revisar los hechos de que ambas actitudes partían, han tenido que rectificarlos, coincidiendo en una nueva manera de plantear la cuestión.
El sujeto ni es un medio trasparente, un "yo puro" idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Ésta es la función del sujeto, del ser viviente, ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más por ella, como acontecería al imaginario ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la infinitud de los elementos que integran la realidad el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas -fenómenos, hechos, verdades- quedan fuera, ignoradas, no percibidas.
Un ejemplo elemental y puramente fisiológico se encuentra en la visión y la audición. El aparato ocular y el auditivo de la especie humana recibe ondas vibratorias desde cierta velocidad mínima hasta cierta velocidad máxima. Los colores y sonidos que queden más allá o más acá de ambos límites les son desconocidos. Por tanto, su estructura vital influye en la recepción de la realidad; pero esto no quiere decir que su influencia o intervención traiga consigo una deformación. Todo un amplio repertorio de colores y sonidos reales, perfectamente reales, llega a su interior y sabe de ellos.
Como con los colores y sonidos acontece con las verdades. La estructura psíquica de cada individuo viene a ser un órgano perceptor, dotado de una forma determinada, que permite la comprensión de ciertas verdades y está condenado a inexorable ceguera para otras. Asimismo, cada pueblo y cada época tienen su alma típica, es decir, una retícula con mallas de amplitud y perfil definidos que le prestan rigurosa afinidad con ciertas verdades e incorregible ineptitud para llegar a ciertas otras. Esto significa que todas las épocas y todos los pueblos han gozado su congrua porción de verdad, y no tiene sentido que pueblo y época algunos pretendan oponerse a los demás, como si a ellos solos les hubiese cabido en el reparto la verdad entera. Todos tienen su puesto determinado en la serie histórica; ninguno puede aspirar a salirse de ella, porque esto equivaldría a convertirse en un ente abstracto con íntegra renuncia a la existencia.
Desde distintos puntos de vista dos hombres miran el mismo paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus detalles, para el otro se halla en el último y queda oscuro y borroso. Además, como las cosas puestas unas detrás de otras se ocultan en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase falso el paisaje ajeno?
Evidentemente, no: tan real es el uno como el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla sometido a las mismas condiciones que los otros dos. Ahora bien, ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica es tal que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que, vista desde cualquier punto, resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.
Lo que acontece con la visión corpórea se cumple igualmente en todo lo demás. Todo conocimiento lo es desde un punto de vista determinado. La especies aeternitatis, de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente; es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones.
Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y, lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.
La individualidad de cada sujeto real era el indominable estorbo que la tradición intelectual de los últimos tiempos encontraba para que el conocimiento pudiese justificar su pretensión de conseguir la verdad. Dos sujetos diferentes -se pensaba- llegarán a verdades divergentes. Ahora vemos que la divergencia entre los mundos de dos sujetos no determina la falsedad de uno de ellos. Al contrario, precisamente porque lo que cada cual ve es una realidad y no una ficción, tiene que ser su aspecto distinto del que otro percibe, es divergencia no es contradicción, sino complemento. Si el universo hubiese presentado una faz idéntica a los ojos de un griego socrático que a los de un yanqui, deberíamos pensar que el universo no tiene verdadera realidad, independiente de los sujetos. Porque esa coincidencia de aspectos ante dos hombres colocados en puntos tan diversos como son la Atenas del siglo V y la Nueva York del XX, indicaría que no se trataba de una realidad externa a ellos, sino de una imaginación que por azar se producía idénticamente en dos sujetos.
Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo -persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí como ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituye la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorado.
El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva es ésa que pretende ser la única.
Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde "lugar ninguno”'. El utopista -y esto ha sido en esencia el racionalismo- es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.
Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica. perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación. Cuando hoy miramos la filosofía del pasado, incluyendo la del último siglo, notamos en ella ciertos rasgos de primitivismo. Empleo esta palabra en el estricto sentido que tiene cuando es referida a los pintores del quatroccento. ¿Por qué llamamos a éstos primitivos? ¿En qué consiste su primitivismo? En su ingenuidad, en su candor -se dice-. Pero ¿cuál es la razón del candor y de la ingenuidad, cuál es su esencia? Sin duda, es el olvido de sí mismo. El pintor primitivo pinta el mundo desde su punto de vista -bajo el imperio de ideas, valoraciones, sentimientos que le son privados-; pero cree que lo pinta según él es. Por lo mismo, olvida introducir en su obra su propia personalidad; nos ofrece aquélla como si se hubiera fabricado a sí misma, sin intervención de un sujeto determinado, fijo en un lugar del espacio y en un instante del tiempo. Nosotros, naturalmente, vemos en su cuadro el reflejo de su individualidad y vemos, a la par, que él no la veía, que se ignoraba a sí mismo y se creía una pupila anónima abierta sobre el universo. Esta ignorancia de sí mismo es la fuente encantadora de la ingenuidad.
Mas la complacencia que el candor nos proporciona incluye y supone la desestima del candoroso. Se trata de un benévolo menosprecio. Gozamos del pintor primitivo como gozamos del alma infantil, precisamente porque nos sentimos superiores a ellos. Nuestra visión del mundo es mucho más amplia, más compleja, más llena de reservas, encrucijadas, escotillones. Al movernos en nuestro ámbito vital, sentimos éste como algo ilimitado, indomable, peligroso y difícil. En cambio, al asomarnos al universo del niño o del pintor primitivo vemos que es un pequeño círculo, perfectamente concluso y dominable, con un repertorio reducido de objetos y peripecias. La vida imaginaria que llevamos durante el rato de esa contemplación, nos parece un juego fácil que momentáneamente nos libera de nuestra grave y problemática existencia. La gracia del candor es, pues, la delectación del fuerte en la flaqueza del débil.
El atractivo que sobre nosotros tienen las filosofías pretéritas es del mismo tipo. Su claro y sencillo esquematismo, su ingenua ilusión de haber descubierto toda la verdad, la seguridad como se asientan en fórmulas que suponen inconmovibles, nos dan la impresión de un orbe concluso, definido y definitivo, donde ya no hay problemas, donde todo está ya resuelto. Nada más grato que pasear unas horas por mundos tan claros y tan mansos. Pero cuando tornamos a nosotros mismos y volvemos a sentir el universo con nuestra propia sensibilidad, vemos que el mundo definido por esas filosofías no era en verdad el mundo, sino el horizonte de sus autores. Lo que ellos interpretaban como límite del universo, tras el cual no había nada más, era sólo la línea curva con que su perspectiva cerraba sus paisajes. Toda filosofía que quiera curarse de ese inveterado primitivismo, de esa pertinaz utopía, necesita corregir ese error, evitando que lo que es blando y dilatado horizonte se anquilose en mundo.
Ahora bien, la reducción o conversión del mundo a horizonte no resta lo más mínimo de realidad a aquél, simplemente lo refiere al sujeto viviente, cuyo mundo es, lo dota de una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida, que va de pueblo en pueblo, de generación en generación, de individuo en individuo, apoderándose de la realidad universal. De esta manera, la peculiaridad de cada ser, su diferencia individual, lejos de estorbarle para captar la verdad, es precisamente el órgano por el cual puede ver la porción de realidad que le corresponde. De esta manera, aparece cada individuo, cada generación, cada época, como un aparato de conocimiento insustituíble. La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos, se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora bien, esta suma de las perspectivas individuales, este conocimiento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omnisciencia, esta verdadera "razón absoluta" es el sublime oficio que atribuíamos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no porque posea un mirador fuera del área humana que le haga ver directamente la realidad universal, como si fuera un viejo racionalista. Dios no es racionalista, su punto de vista es el de cada uno de nosotros; nuestra verdad parcial es también verdad para Dios. ¡De tal modo es verídica perspectiva y auténtica nuestra realidad!. Sólo que Dios, como dice el catecismo, está en todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista, y en su ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes. Dios es el símbolo del torrente vital, a través de cuyas infinitas retículas, va pasando poco a poco el universo, que queda así impregnado de vida, consagrado, es decir, visto, amado, odiado, sufrido y gozado.
Sostenía Malebranche que si nosotros conocemos alguna verdad es porque vemos las cosas en Dios, desde el punto de vista de Dios. Más verosímil me parece lo inverso: que Dios ve las cosas a través de los hombres, que los hombres son los órganos visuales de la divinidad.
Por eso conviene no defraudar la sublime necesidad que de nosotros tiene, e hincándose bien en el lugar que nos hallamos, con una profunda fidelidad a nuestro organismo, a lo que vitalmente somos, abrir bien los ojos sobre el contorno y captar la faena que nos propone el destino: el tema de nuestro tiempo.

Introducción al texto de Ortega

Guía de lectura: “El tema de nuestro tiempo”
En El tema de nuestro tiempo, Ortega llama a una renovación en filosofía que supere el abismo entre razón y vida. Implícitamente este libro está ligado a su sentimiento de que España se encontraba en un estado de coma, y que tal situación exigía una misión intelectual que toda Europa anticipaba, y que Ortega reconoce como El tema de nuestro tiempo. España se aferraba a los jirones de la tradición, los españoles se habían abandonado a existir en una mezcolanza de ideas y formas de vida caducas y formalistas. El resultado era una nación de hombres y mujeres que se comportaban igual que sus abuelos.
El primer capítulo de esta obra es un esbozo de su teoría de las "generaciones". Sostiene que sus coetáneos generacionales estaban destinados a acabar con esa situación de muerte clínica en la que se encontraba España. Ortega empleó una dudosa combinación aritmética, basada en la unidad generacional de 15 años, para buscar un fundamento "científico" a la tesis de que toda generación representa una cierta altura histórica, que bajo su mandato impone un nuevo imperativo. Él ofrece como premisa filosófica para su generación la tarea de sobreponerse a la dicotomía heredada entre el racionalismo desvitalizado y el vitalismo carente de toda inteligencia. El concepto de vida que aparece en esta obra puede interpretarse fácilmente de una forma biologicista. Pero hay que descartar esta falsa ilusión y decir que la aventura de la vida ha de afirmarse a sí misma como más vida, sin caer en el desorden irracional de pasiones o deseos animales. En el capítulo final, "La doctrina del punto de vista", mantiene nuestro autor que cada hombre 'y cada pueblo debe llegar a la verdad a su propia manera. Desde el momento en que no existe un camino preestablecido, ni ninguna verdad objetiva trascendente que deba ser conocida independientemente del sujeto del conocimiento, cada proyecto revela una faceta más de la verdad total, que finalmente será percibida sólo gracias a una yuxtaposición de todas las perspectivas. Esta suma general puede ser Dios, quien "goza de todos los puntos de vista y en su ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes". Por eso, Dios "ve las cosas a través de los hombres, que los hombres son los órganos visuales de la divinidad".
El pensamiento está ligado a las prioridades pre- y extraconceptuales de la vida de cada uno; pero la vida de cada uno tampoco se puede entender sin el pensamiento de cada uno. En 1923, el concepto de razón vital, si bien todavía somero, comenzaba a perfilarse como la piedra angular sobre la que Ortega llevará a cabo la renovación de la razón humana, el cambiar la razón pura por una razón que surge por y para la vida, la "Razón vital".
El tema de nuestro tiempo cierra la etapa que hemos denominado "perspectivismo" y abre la nueva etapa del raciovitalismo. El objetivo último de esta obra era superar el racionalismo, y en este intento va a estar a la altura de los principales pensadores europeos, separándose de sus maestros neokantianos. La cultura es función de la vida. Los valores de la cultura son la ciencia, el arte, la justicia. Son los valores de la razón. No se trata de eliminar a la razón, sino de negar su exclusividad: "el hombre del presente desconfía de la razón... No niega la razón, pero reprime y burla sus pretensiones de soberanía". ¿Es esto vitalismo? Tampoco podemos entender una vida sin razón, no en el ser humano (lo desarrollamos en el apartado de la teoría referido a la etapa raciovitalista de Ortega. Al principio de éste realizamos una revisión a la crítica que hace tanto al racionalismo como al vitalismo). En la tercera edición de El tema de nuestro tiempo se incluye dentro de sus apéndices el ensayo Ni vitalismo ni racionalismo, publicado en la Revista de Occidente, en octubre de 1924. Sin duda, en esta obra está ya, aunque sólo sea en germen, planteado el tema del raciovitalismo, verdadero foco de referencia de toda la producción posterior de Ortega y con el que cobra unidad y un carácter orgánico toda su obra.

El mismo Ortega nos aclara, en una "Advertencia al lector" que pone al principio de esta obra, que “la primera parte de este libro contiene la redacción, un poco ampliada, de la lección universitaria con que inauguré mi curso habitual en el ejercicio de 1921-22”.
Consta la obra de diez capítulos y unos apéndices. Los capítulos son los siguientes:
1. La idea de las generaciones
2. La previsión del futuro
3. Relativismo y racionalismo
4. Cultura y vida
5. El doble imperativo
6. Las dos ironías, o Sócrates y Don Juan
7. Las valoraciones de la vida
8. Valores vitales
9. Nuevos síntomas
10. La doctrina del punto de vista.

En los Apéndices se tratan los siguientes temas:
- Ni vitalismo ni racionalismo - El ocaso de las revoluciones
- Epílogo sobre el alma desilusionada
- El sentido histórico de la Teoría de Einstein
En el capítulo que nos atañe, Ortega comienza por hablar de la contraposición entre "cultura" y "vida" (que recuerda algunas de las antítesis nietzscheanas), preparando la síntesis entre ambas. El racionalismo y el relativismo aparecen en la historia del pensamiento como dos maneras opuestas de “hacer frente a la antinomia entre vida y cultura”. Mientras que el racionalismo niega todo valor a la vida, para resaltar el valor de la cultura, el relativismo hace justamente lo contrario. Pero ambas posturas son erróneas. Desde el análisis del conocimiento, vemos que el racionalismo presupone la existencia de un "yo", de un "sujeto" idéntico e invariable en el que penetran las ideas eternas e inmutables, mientras que el relativismo deshace la realidad del sujeto. Frente a esto, Ortega define la actividad cognoscitiva del sujeto como "claramente selectiva", dejando fuera de "su mundo" lo que no se corresponde con la estructura de su "plan vital": esto es lo que llama Ortega "la perspectiva", que la trata como "un componente de la realidad", pero un componente organizativo. Para ilustrar estas ideas pone los ejemplos de la audición y de la visión, desde un punto de vista fisiológico. El resultado de su análisis es la afirmación de que cada vida (nótese que ya no dice cada sujeto ni cada yo) es un punto de vista sobre el universo" y al decir "cada vida" se refiere no sólo a los individuos en cuanto tales, sino también a los pueblos y a las épocas. Por eso "la verdad", que debería ser ajena a la historia, "adquiere una dimensión vital" y, por lo tanto, histórica. El error gnoseológico es pretender que la verdad no es resultado del perspectivismo, que hay una verdad absoluta e intemporal, es decir, "utópica", en su sentido etimológico, o sea, "que no está en ninguna parte", en ningún lugar, en ningún paisaje. Pero lo que no está en ninguna parte, no existe, luego la verdad utópica no existe, es un engaño, una ilusión. Y eso ha sucedido con la filosofía, que siempre ha sido utópica, que cada sistema ha pretendido valer para todos y para siempre, al no tener en cuenta la dimensión vital, histórica, perspectivista. Por eso declara Ortega que “la razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital...”
A continuación inicia Ortega una crítica de la filosofía del pasado, comparándola con el “primitivismo” de los pintores del ""cuatrocento", de donde nace el atractivo que tiene sobre los hombres de hoy aquellas muestras candorosas e ingenuas de tiempos pretéritos, en las que no hay problemas, una vez construido el sistema utópico, donde todo está resuelto y el mundo está cerrado y acabado. A esto lo llama Ortega la reducción del "horizonte" a "'mundo", cuando lo que él propone es la inversión de tal mecanismo, o sea, la reducción del "'mundo" a "horizonte", que consiste en referir el mundo o entorno al sujeto viviente, convirtiendo al individuo en un punto de vista esencial.
Acaba el capítulo sugiriéndonos la posibilidad de sumar o yuxtaponer las perspectivas de todos los sujetos vitales para obtener lo que antes se llamaba "Dios", que ahora aparece como el punto de vista que ve por medio de nosotros o más bien, ""el símbolo del torrente vital, a través de cuyas retículas infinitas va pasando poco a poco el universo...""