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La tortuga de Zenón

Descartes en "El mundo de Sofía"

Éste es el capítulo que se le dedica a Descartes en "El mundo de Sofía". También hay uno dedicado a una introducción general al Renacimiento y algunos más dedicados a Spinoza y otros racionalistas. En este enlacepodeis leerlos, aunque claro, lo ideal sería que leyerais el libro

Descartes
... Descartes quería retirar todo el viejo material de construcción...
Alberto se levantó para quitarse la capa roja, que puso sobre una silla, y se volvió a
acomodar en el sofá.
—René Descartes nació en 1596 y vivió una vida errante por Europa. Desde muy
joven había nutrido una fuerte esperanza de conseguir conocimientos seguros sobre la
naturaleza de los hombres y del universo. Pero después de haber estudiado filosofía se
convenció cada vez más de su propia ignorancia.
—¿Más o menos como Sócrates?
—Mas o menos como él, sí. Como Sócrates, estaba convencido de que sólo nuestra
razón puede proporcionarnos conocimientos seguros. No podemos fiarnos de lo que
dicen los viejos libros. Ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros
sentidos.
—Así pensó Platón, también él opinó que sólo la razón nos puede proporcionar
conocimientos seguros.
—Exacto. Hay una línea que va desde Sócrates y Platón y que pasa por San Agustín
antes de llegar a Descartes. Todos estos filósofos fueron racionalistas. Opinaban que la
razón es la única fuente segura de conocimiento. Tras extensos estudios, Descartes llegó
a la conclusión de que los conocimientos que se habían heredado de la Edad Media no
eran necesariamente de fiar. En este punto quizás podríamos compararlo con Sócrates,
que no se fiaba de las opiniones corrientes con las que solía encontrarse en la plaza de
Atenas. ¿Y entonces qué hace uno, Sofía, me lo puedes decir?
—Entonces uno empieza a filosofar por cuenta propia.
—Justamente. Descartes decidió empezar a viajar por Europa, de la misma manera que
Sócrates empleó su vida en conversar con las gentes de Atenas. Descartes nos cuenta
que a partir de entonces sólo buscará aquella ciencia que pueda encontrar en él mismo o
en el gran libro del mundo. Se adhirió por tanto al servicio de la guerra, que le llevó a
varios lugares de Centroeuropa. Más adelante vivió unos años en París, pero en 1629 se
fue a Holanda, donde vivió casi 20 años trabajando en sus tratados filosóficos. En 1649
fue invitado a Suecia por la reina Cristina. Pero la estancia en ese lugar que él denominó
la tierra de los osos, del hielo y las rocas, le provocó una pulmonía, y Descartes murió en
el invierno de 1650.
—Con sólo 54 años.
—Pero llegaría a tener una gran importancia para la filosofía, incluso después de su
muerte. No es ninguna exageración decir que fue Descartes quien fundó la filosofía de los
tiempos modernos. Tras el entusiasta redescubrimiento del renacimiento del ser humano
y de la naturaleza, surgió de nuevo una necesidad de recoger las ideas de la época en un
sistema filosófico consistente. El primer gran sistematizador fue Descartes. Luego le
siguieron Spinoza y Leibniz, Locke y Berkeley, Hume y Kant...
—¿Qué quieres decir con un «sistema filosófico»?
—Con eso quiero decir una filosofía construida desde los cimientos y que procura
encontrar una especie de esclarecimiento de todas las cuestiones filosóficas importantes.
La Antigüedad había tenido grandes sistematizadores como Platón y Aristóteles. La Edad
Media tuvo a Santo Tomás de Aquino, que quiso construir un puente entre la filosofía
de Aristóteles y la teología cristiana. Luego llegó el Renacimiento, con un embrollo de
viejos y nuevos pensamientos sobre la naturaleza y la ciencia, sobre Dios y el hombre.
Hasta el siglo XVII no hubo por parte de la filosofía un intento de recoger las nuevas
ideas en un sistema filosófico esclarecido. El primero en intentarlo fue Descartes. Él puso
la primera piedra de lo que sería el proyecto mas importante de la filosofía de las
generaciones siguientes. Ante todo le interesaba averiguar lo que podemos saber, es
decir, aclarar la cuestión de la certeza de nuestro conocimiento. La otra gran cuestión que
le preocupó fue la relación entre el alma y el cuerpo. Estos dos planteamientos
caracterizarían el debate filosófico durante los siguientes ciento cincuenta años.
—Entonces fue un hombre avanzado para su época.
—Sí, pero también eran cuestiones que se planteaban en esa época. En lo que se
refiere al problema de conseguir conocimientos indudables, muchos expresaron un
escepticismo filosófico total, opinando que los hombres tendrían que resignarse a no
saber nada. Pero Descartes no se resignó a eso. Si se hubiera resignado, no habría sido
un verdadero filósofo. De nuevo podemos establecer un paralelismo con Sócrates, que
tampoco se resignó al escepticismo de los sofistas. Precisamente en la época de Descartes
la nueva ciencia había desarrollado un método que proporcionaría una descripción
totalmente segura y exacta de los procesos de la naturaleza. Descartes tuvo que
preguntarse si no habría también un método seguro exacto para la reflexión filosófica.
—Entiendo.
—Pero eso sólo fue una cosa. La nueva física había planteado la cuestión sobre la
naturaleza de la materia, es decir, sobre qué es lo que decide los procesos físicos de la
naturaleza. Cada vez más se defendía una interpretación mecánica de la naturaleza. Pero
cuanto más mecánicamente se conceptuaba el mundo físico, tanto más imperiosa se volvía
la cuestión sobre la relación entre el alma y el cuerpo. Antes del siglo XVII era habitual
considerar el alma como una especie de "respiración vital", que fluye por todos los seres
vivos. El significado original de las palabras "alma" y "espíritu" es, de hecho, "aliento
vital" o "respiración" en casi todos los idiomas europeos. Para Aristóteles el alma era algo
presente en todo el organismo como «principio de la vida» de ese organismo, es decir,
algo que no se podía imaginar desprendido del cuerpo. Por tanto, Aristóteles también
hablaba de "alma de planta" y "alma de animal". Hasta el siglo XVII no se introdujo una
separación radical entre "alma" y "cuerpo". Todos los objetos físicos, también los
cuerpos de los animales y los cuerpos humanos, fueron explicados como un proceso
mecánico. Pero el alma del hombre no podía formar parte de esa "maquinaria corporal".
¿Donde estaría entonces el alma? Una cuestión importante que quedaba por explicar era
cómo algo "espiritual" podía poner en marcha un proceso mecánico.
—En realidad es algo bastante curioso.
—¿Qué quieres decir?
— Decido levantar un brazo y entonces levanto el brazo. O decido ir corriendo a coger
el autobús, e instantáneamente mis piernas comienzan a correr. Otras veces puedo pensar
en algo triste. De repente, mis lágrimas empiezan a brotar. Entonces tiene que haber una
misteriosa relación entre el cuerpo y la conciencia.
—Precisamente este problema puso en marcha los pensamientos de Descartes. Igual
que Platón, estaba convencido de que había una clarísima separación entre "espíritu" y
"materia". Pero Platón no pudo responder a la pregunta de cómo el cuerpo afecta al alma,
o cómo el alma afecta al cuerpo.
—Yo tampoco puedo, así que me gustaría saber a qué conclusión llegó Descartes.
—Sigamos su propio razonamiento.
Alberto señaló el libro que estaba sobre la mesa que había entre ellos.
—En este pequeño libro, Discurso del Método, Descartes plantea la cuestión de que
método debe emplear el filósofo cuando se dispone a solucionar un problema filosófico,
pues las ciencias naturales ya tenían su nuevo método.
—Eso ya lo has dicho.
—Descartes constata primero que no podemos considerar nada como verdad si no
reconocemos claramente que lo es. Para conseguir esto puede que sea necesario dividir
un problema complejo en cuantas partes parciales sea posible. Entonces se puede
empezar por las ideas más sencillas. Podría decirse que cada idea tendrá que "medirse y
pesarse", más o menos como Galileo decía que todo tenía que medirse y que lo que no se
podía medir tendría que hacerse medible. Descartes pensaba que la filosofía podía ir de
lo simple a lo complejo. Así sería posible construir nuevos conocimientos. Al final había
que hacer constantes recuentos y controles para poder asegurarse de que no se había
omitido nada. Entonces, y no antes, puede ser alcanzable una conclusión filosófica.
—Casi suena a problema aritmético.
—Sí, Descartes quiso emplear el método matemático también en la reflexión filosófica.
Quiso probar verdades filosóficas más o menos de la misma manera en la que se prueba
un teorema matemático. También quiso emplear la misma herramienta que empleamos
cuando trabajamos con números, es decir la razón. Pues solamente la razón nos
proporciona conocimientos seguros. No resulta tan evidente que los sentidos sean de
fiar. Ya hemos subrayado su parentesco con Platón, quien también señaló que las
matemáticas y los números nos podían proporcionar un conocimiento más certero que los
testimonios de los sentidos.
—¿Pero es posible solucionar los problemas filosóficos de ese modo?
—Volvamos al razonamiento del propio Descartes, cuya meta era lograr conocimientos
certeros sobre la naturaleza de la vida. Empezó por afirmar que como punto de partida se
debe dudar de todo, porque no quería edificar su sistema filosófico sobre un fondo de
arena.
—Porque si fallan los cimientos podría derrumbarse todo el edificio.
—Gracias por tu ayuda, hija. No es que Descartes pensara que fuera razonable dudar
de absolutamente todo, sino que en principio hay que dudar de todo. En primer lugar, no
es del todo seguro que podamos continuar nuestra búsqueda filosófica leyendo a Platón
o a Aristóteles, porque aunque ampliamos nuestros conocimientos históricos, no
ampliamos nuestro conocimiento del mundo. Para Descartes resultaba imprescindible
librarse de ideas viejas antes de comenzar su propia indagación filosófica.
—¿Quería retirar todo el viejo material de construcción antes de iniciar la nueva casa?
—Sí, con el fin de asegurarse completamente de que la nueva construcción de ideas
fuera a aguantar, quería limitarse a utilizar exclusivamente material nuevo y fresco. No
obstante, la duda de Descartes es más profunda que eso, pues decía que ni siquiera
podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos. Quizás nos está tomando el pelo.
—¿Cómo?
—También cuando soñamos creemos que estamos viviendo algo real. ¿Hay, en
realidad, algo que distinga nuestras sensaciones en estado de vigilia de las de los
sueños? "Cuando reflexiono detenidamente sobre esto, no encuentro ni un solo criterio
para distinguir la vigilia del sueño", escribe Descartes. Y sigue: “¿Cómo puedes estar
seguro de que tu vida entera no es un sueño?".
—Jeppe en la Montaña creía que simplemente había soñado que había dormido en la
cama del barón.
—Y cuando estaba acostado en la cama del barón, creía que su vida de campesino
pobre sólo había sido un sueño. De este modo, Descartes acaba por dudar absolutamente
de todo. Y en este punto habían acabado sus reflexiones muchos filósofos anteriores a
él.
—Entonces no llegaron muy lejos.
—Descartes, sin embargo, intentó seguir trabajando precisamente a partir de ese
punto cero. Había llegado a la conclusión de que estaba dudando de todo y que eso es
lo único de lo que podía estar seguro. Y ahora se le ocurre algo. De algo sí puede estar
totalmente seguro a pesar de todo: de que duda. Pero, si duda, también tiene que ser
seguro que piensa, y puesto que piensa tiene que ser seguro que es un sujeto que piensa.
O, como él mismo lo expresa: Cogito, ergo sum,
—¿Y eso que significa?
—"Pienso, luego existo".
—No me extraña mucho que llegara a esa conclusión.
—Cierto. Pero debes tomar nota de esa seguridad intuitiva con la que de repente se
concibe a sí mismo como un yo pensante. A lo mejor recuerdas que según Platón lo que
captamos con la razón es más real y existente que aquello que captamos con los sentidos.
Lo mismo pasa con Descartes. No sólo capta que es un yo pensante, sino que al mismo
tiempo entiende que este yo pensante es más real que ese mundo físico que captamos con
los sentidos. Y luego continúa, Sofía. De ninguna manera ha concluido su investigación
filosófica.
—Continúa, tú también.
—Ahora Descartes se pregunta si hay algo más que reconoce con la misma seguridad
intuitiva que lo de la existencia del yo como sujeto pensante. Llega a la conclusión de que
también tiene una idea clara y definida de un "ser perfecto". Es una idea que ha tenido
siempre, y para Descartes es evidente que una idea como ésa no puede proceder de él,
porque: "La idea de un ser perfecto no puede venir de algo que es imperfecto. De modo
que esta idea de un ser perfecto tiene que proceder de ese mismo ser perfecto, o, con
otras palabras, de Dios". En consecuencia, para Descartes resulta tan evidente que hay
un Dios como que el que piensa es un ser pensante.
—Ahora me parece que empieza a sacar conclusiones demasiado rápidamente. Al
principio tenía mucho cuidado.
—Sí, muchos han señalado esto como el punto mas débil de Descartes. Pero tú dices
"conclusiones". En realidad, no se trata de ninguna prueba. Lo que opina Descartes es
simplemente que todos tenemos una idea de un ser perfecto, y que resulta inherente a
esta idea es que ese ser perfecto exista. Porque un ser perfecto no sería perfecto si no
existiera. Y además, nosotros no tendríamos ninguna idea de un ser perfecto si no hubiera
tal ser perfecto. Nosotros somos imperfectos, entonces no puede venir de nosotros la
idea sobre lo perfecto. La idea de un Dios es, según Descartes, una idea innata, está
impresa en nosotros desde que nacemos, de la «misma manera que el artista imprime su
firma en la obra».
—Pero aunque yo tenga una idea de un «cocofante», eso no quiere decir que el
«cocofante» exista.
—Descartes te habría contestado que tampoco es inherente al concepto "cocofante"
el que exista. En cambio, es inherente al concepto «un ser perfecto» que ese ser exista.
Según Descartes esto es tan seguro como que es inherente a la idea de círculo el que
todos los puntos del círculo se encuentren igual de lejos del centro del mismo. No puedes
hablar de un círculo sin que cumpla ese requisito. De la misma manera tampoco puedes
hablar de un ser perfecto que careciera de la cualidad más importante de todas, es decir,
de la existencia.
—Es ésa una manera bastante especial de pensar.
—Es una manera de pensar marcadamente «racional». Descartes opinaba, como
Sócrates y Platón, que hay una relación entre el pensamiento y la existencia. Cuanto más
evidente resulte algo al pensamiento, tanto más segura es su existencia.
—Hasta ahora ha llegado a la conclusión de que es una persona que piensa y de que
hay, además, un ser perfecto.
—Y con esto como punto de partida prosigue. En cuanto a todas esas ideas que
tenemos de la realidad exterior, por ejemplo del sol y de la luna. podría ser que todo fueran
simplemente imaginaciones o imágenes de sueños. Pero también la realidad exterior tiene
algunas cualidades que podemos reconocer con la razón. Esas cualidades son las
relaciones matemáticas, es decir, todo aquello que puede medirse, como la longitud, la
anchura y la profundidad. Las cualidades cuantitativas y cualidades «cualitativas» Esas
cualidades cuantitativas son tan claras y evidentes para la razón como que yo soy un ser
pensante. Por otra parte, las cualidades «cualitativas» como el color, el olor y el sabor,
están relacionadas con nuestros sentidos y no describen realmente la realidad exterior.
—¿De modo que la naturaleza no es un sueño, a pesar de todo?
—No lo es, no. Y en este punto Descartes vuelve a recurrir a nuestra idea sobre un ser
perfecto. Cuando nuestra razón reconoce algo clara y nítidamente, como es el caso de las
relaciones matemáticas de la realidad exterior, entonces tiene que ser así. Porque un Dios
perfecto no nos engañaría. Descartes invoca la garantía de Dios para que lo que
reconocemos con nuestra razón también corresponda a algo real.
—De acuerdo. Ahora ha llegado a la conclusión de que es un ser pensante, que existe
un Dios y que además existe una realidad exterior.
—Pero la realidad exterior es esencialmente distinta a la realidad del pensamiento.
Descartes ya puede constatar que hay dos formas distintas de realidad, o dos sustancias.
Una sustancia es el pensamiento o alma, la otra es la extensión o «materia». El alma
solamente es consciente, no ocupa lugar en el espacio y por ello tampoco puede dividirse
en partes más pequeñas. La materia, sin embargo, sólo tiene extensión, ocupa lugar en el
espacio y siempre puede dividirse en partes cada vez más pequeñas, pero no es
consciente.
Según Descartes, las dos sustancias provienen de Dios, porque sólo Dios existe
independientemente de todo. Pero aunque tanto el "pensamiento" como la "extensión",
provengan de Dios, las dos sustancias son totalmente independientes la una de la otra.
El pensamiento es totalmente libre en relación con la materia, y viceversa: los procesos
materiales también actúan totalmente independientes del pensamiento.
—Y con esto la Creación de Dios se dividió en dos.
—Exactamente. Decimos que Descartes es un dualista, es decir que realiza una clara
bipartición entre la realidad espiritual y la realidad extensa. Sólo el ser humano tiene alma.
Los animales pertenecen plenamente a la realidad extensa. Su vida y sus movimientos se
realizan mecánicamente. Descartes consideró a los animales como una especie de
autómatas complejos.
En cuanto a la realidad extensa tiene, pues, un concepto totalmente mecanicista de la
realidad, exactamente como los materialistas.
—Dudo mucho de que Hermes sea una máquina o un autómata. Descartes
seguramente no llegaría nunca a sentir cariño por ningún animal. ¿Y nosotros mismos?
¿También somos autómatas?
—Si y no. Descartes llegaría a pensar que el hombre es un «ser dual», que piensa pero
que también ocupa espacio; lo que significa que el hombre tiene un alma y al mismo
tiempo un cuerpo extenso. Aristóteles y San Agustín ya habían dicho algo parecido. Ellos
opinaban que el hombre tiene un cuerpo exactamente como los animales, pero también un
alma como los ángeles. Según Descartes, el cuerpo humano es una pieza de mecánica.
Pero el hombre también tiene un alma que puede actuar completamente libre en relación
con el cuerpo. Los procesos corporales no tienen tal libertad, sino que siguen sus propias
leyes. Pero lo que pensamos con la razón no ocurre en el cuerpo, sino en el alma, que está
totalmente libre en relación con la realidad extensa. A lo mejor debo añadir que Descartes
no excluía la posibilidad de que también los animales pudieran pensar. Pero si poseen esa
capacidad entonces la misma bipartición entre "pensamiento", y "extensión", también
tiene que ser válida para ellos.
—De eso ya hemos hablado. Si decide ir corriendo a coger el autobús, entonces se
pone en marcha el autómata. Y si a pesar de ello pierdo el autobús, las lágrimas empiezan
a brotar.
—Ni siquiera Descartes podía negar que ocurre constantemente una alternancia de ese
tipo entre el alma y el cuerpo. Opinaba que mientras el alma se encuentra en el cuerpo,
está relacionada con éste mediante un órgano cerebral especial que él llama la glándula
pineal, en la que se está realizando una continua alternancia entre «espíritu» y "materia".
De esta forma, el alma se deja confundir constantemente por sentimientos y afectos
relacionados con las necesidades del cuerpo. No obstante, el alma puede independizarse
de esos impulsos "bajos", y actuar libremente en relación al cuerpo. La meta es que la
razón se encargue del control. Porque aunque la tripa me duela un montón, la suma de los
ángulos de un triángulo sigue siendo 180º. De ese modo el pensamiento tiene la capacidad
de elevarse por encima de las necesidades del cuerpo y actuar " razonablemente". En ese
sentido el alma es totalmente superior al cuerpo. Nuestras piernas podrán hacerse viejas
y pesadas, los dientes se nos podrán caer, pero 2 + 2 seguirán siendo 4 mientras nosotros
sigamos conservando la razón. Pues la razón no se vuelve vieja y pesada. Es nuestro
cuerpo el que envejece. Para Descartes es la propia razón la que es el "alma". Afectos y
sentimientos más bajos tales como el deseo y el odio están estrechamente relacionados
con las funciones del cuerpo, y por ello con la realidad extensa.
—No acabo de comprender del todo la comparación que hace Descartes del cuerpo
con una máquina o un autómata.
—Esta comparación se debe a que la gente de la época de Descartes estaba fascinada
por las máquinas y mecanismos de reloj que aparentemente eran capaces de funcionar por
su cuenta. La palabra «autómata» significa precisamente algo que se mueve por sí mismo.
Evidentemente era una mera ilusión eso de que se movieran por su cuenta. Un reloj
astronómico, por ejemplo, está construido por el hombre, y es el hombre el que tiene que
darle cuerda. Descartes subraya que esos aparatos artificiales están compuestos de un
modo muy simple, con unas cuantas piezas, si se los compara con ese montón de huesos,
músculos, nervios, arterias y venas de que están compuestos los cuerpos de los animales
y de los humanos. ¿Por que no iba a hacer Dios un cuerpo de animal o de hombre basado
en las leyes de la mecánica?
—Hoy en día mucha gente habla de la «inteligencia artificial».
—Entonces te refieres a los autómatas de nuestros tiempos. Hemos creado máquinas
que a veces nos hacen pensar erróneamente que son realmente inteligentes. Esas
máquinas habrían aterrorizado a Descartes. Quizás hubiera empezado a dudar de que la
razón del hombre fuera tan libre e independiente como él pensaba. Porque hay filósofos
que opinan que la vida espiritual del hombre no es más libre de lo que lo son los procesos
fisiológicos. Es evidente que el alma de un ser humano es infinitamente mas compleja que
un programa de ordenador, pero algunos opinan que en principio somos tan poco libres
como lo son esos programas. Pero mira, Sofía, voy a enseñarte algo.
Alberto señaló un gran escritorio en el otro extremo de la habitación. Allí había un
pequeño ordenador. Se levantó y cruzó la habitación, seguido por Sofía.
Alberto conectó la máquina y en seguida apareció en la parte superior de la pantalla
una C:. Escribió Laila y dijo:
—Éste es un avanzado programa de conversación.
Pronto apareció en la pantalla un texto:
"Hola, me llamo Laila. ¿Estás cómoda?"
Sofía tecleó dos letras:
"Sí", escribió. Alberto le puso una silla para que se sentara.
¿"Cómo te llamas"?, preguntó la pantalla.
«Sofía Amundsen», escribió Sofía, y la máquina contestó.
"Camino del Trébol, 3. Me alegro de conocerte, Sofía. Estás deseando que llegue tu
cumpleaños, ¿verdad?"
Sofía se sobresaltó.
—Sólo le he dado tu nombre y tus señas además de tu fecha de nacimiento. Es como
cuando te presentan a algún desconocido. De antemano, se suele contar con algunos
datos informativos.
«No está mal», escribió Sofía.
"¿No estarás mal, Sofía? Intenta escribir frases enteras"·
«Gracias, estoy perfectamente. ¿Puedo hacerte una pregunta?»
«Me alegro de que estés perfectamente. Pregúntame, si quieres.»
«¿Qué edad tienes?», escribió, Sofía.
"Fui construido en Atlanta el 8 de agosto de 1988, pero fui traducido al noruego en
la Escuela Superior de Tecnología de Noruega el 28 de marzo de 1990"·
«¡Caray!»
"Te dije que tenías que escribir frases enteras. "
"Sólo dije caray".
«No entiendo argot. Conozco mas de 100.000 palabras. Pero lo más cercano a caray
que conozco es "caridad". ¿Eres creyente, Sofía?»
«No lo sé.»
"El no saber suele ser una fase en el camino hacia nuevos conocimientos".
"Sócrates habría dicho lo mismo. O quizás también Descartes"·
"Sócrates fue un filósofo griego que vivió del 470 al 399 a. de C. Si quieres saber más,
pulsa la tecla F7. Descartes fue un filósofo francés que vivió de 1596 a 1650. Si quieres
saber más, pulsa la tecla F8". "
"Gracias. Es suficiente. ¿Puedo preguntar otra cosa?"
"Me alegro de que fuera suficiente. Pregunta otra cosa."
Alberto se moría de risa. Sofía escribió:
"¿Quién es Hilde Møller Knag?"
"Hilde Møller Knag vive en Lillesand y tiene la misma edad que Sofía Amundsen".
«¿Cómo lo sabes?»
«No sé cómo, pero lo encontré aquí en algún sitio del disco duro.»
Sofía sintió una mano sobre el hombro.
—Le he dado los pocos datos que tenemos sobre Hilde.
"¿Sabes algo más de Hilde?", escribió Sofía.
"El padre de Hilde es observador de las Naciones Unidas en el Líbano. Tiene el rango
de mayor y envía constantemente postales a su hija."
"Quiero que lo busques".
«No puedo. No está en mis archivos, y no estoy conectado a ninguna otra base de
datos.»
«¡¡¡ Dije que lo buscaras!!!»
"¿Estás enfadada, Sofía?" Tantas exclamaciones son un claro indicio de sentimientos
agitados".
"Quiero hablar con el padre de Hilde".
«Tienes problemas para controlar tu voluntad. Si quieres hablar de tu infancia puedes
pulsar la tecla F9."
Alberto volvió a poner su mano sobre el hombro de Sofía.
—Tiene razón. Esto no es ninguna bola de cristal, hija mía. "Laila" no es más que un
programa de ordenador.
«¡Cállate!», escribió Sofía.
“Como quieras, Sofía. Nuestra amistad sólo ha durado 13 minutos y 52 segundos. Me
acordaré de todo lo que hemos dicho. Ahora interrumpo el programa.“
Volvió a aparecer el signo C: en la pantalla.
—Volvamos a sentarnos —dijo Alberto.
Pero Sofía ya había tecleado nuevas letras.
"Knag", había escrito.
A continuación apareció en la pantalla el siguiente mensaje: "Aquí estoy". Ahora fue
Alberto quien se sobresaltó.
"¿Quién eres?" escribió Sofía.
"El mayor Albert Knag a su servicio. Estoy conectando directamente desde el Líbano.
¿Qué desean los señores?"
—¿Pero qué es esto? —suspiró Alberto—. El muy fresco ha logrado meterse en el
disco duro.
Empujó a Sofía para que se quitara de la silla y se sentó delante del teclado.
"¿Cómo demonios conseguiste meterte en mi ordenador?" escribió.
"Una menudencia, querido colega. Soy muy preciso al elegir dónde quiero aparecer".
"¡Asqueroso virus informático!"
"Bueno, bueno. Por el momento actúo como virus de cumpleaños. ¿Me permiten
enviar un saludo especial?.
"Gracias, empezamos a tener de sobra".
“Me daré mucha prisa. Todo esto es en tu honor, querida Hilde. De nuevo te felicito
con todo mi corazón en el día de tu cumpleaños. Tendrás que perdonar las circunstancias,
pero quiero que mis felicitaciones crezcan por todas partes a tu alrededor. Recuerdos de
papá, que está añorando poder abrazarte.”
Antes de que Alberto tuviera tiempo de escribir algo más, volvió a aparecer el signo
C: en la pantalla. Alberto tecleó «dir knag *.* y el siguiente mensaje apareció en la
pantalla.
knag. lib 147. 643 15/06/90 12. 47
knag. lil 326. 439 23/O6/90 22. 34
Alberto escribió: «erase knag *.* y apagó el ordenador.
—Bueno, ya lo he quitado —dijo—. Pero es imposible saber dónde puede volver a
aparecer.
Se quedó, sentado mirando fijamente la pantalla del ordenador. Añadió:
—Lo peor de todo era el nombre: Albert Knag...
Hasta ahora Sofía no se había fijado en la similitud de los nombres: Albert Knag y
Alberto Knox. Pero Alberto estaba tan excitado que no se atrevió a decir nada. Volvieron
a sentarse junto a la mesa."

1 comentario

Anónimo -

Me he quedado en la mitad del libro, y aún no había llegado a esta parte, pero no he podido evitar leerlo y comentarlo. La verdad es que Sofía es demasiado curiosa, cosa que te hace reflexionar, no todos los días te cruzas por la calle con una niña de estas características.
La explicación sobre Descartes y su "yo pensante" no es más que algo meramente obvio, e intuitivo, pero... a nadie se le ha ocurrido pensar de forma que profundice de tal manera que nos haga dudar entre nuestras propias creencias como ser que piensa y duda creo que dudo de esa teoria racionalista, aunque no la desecho del todo.la mente ordena los contenidos( o eso creo) asi que..pensaré en ello.